POR
ALBERTO RAMOS
PUBLICADO 16 ABRIL, 2015Para que esa unión nacional con la cual nos machacan a diario tenga un sentido, se necesita la amenaza de un enemigo común. ¿Pero cuál es, si nadie todavía lo ha nombrado? Porque hablar de “terrorismo”, eso es bastante impreciso…
Asistimos actualmente a incesantes gesticulaciones que buscan evitar designar el enemigo por su verdadero nombre. La noción de enemigo se vuelve problemático en el instante en que no se quiere tener uno, porque hemos olvidado que la historia es trágica y se ha querido poner a la guerra fuera de la ley.
Pero hay por lo menos dos razones más para esta negativa a llamar al enemigo por su nombre. La primera es que esta designación parece políticamente incorrecta. La segunda, la más fundamental, es que la clase política no es ajena a la aparición de ese enemigo.
Francia ha cometido dos errores gravísismos: la guerra en Libia, que ha hundido a ese país en la guerra civil y lo ha transformado en un arsenal a cielo abierto, y el asunto sirio, en el que hemos aportado nuestra ayuda a los adversarios de Bashar Al-Assad, que son los mismos islamistas que nuestras tropas combaten en Irak y en Mali. A esto se añade que “el Estado Islámico ha sido creado por los EEUU”, como lo ha dicho sin rodeos el general Vincent Desportes, ex director de la Escuela de Guerra, en el Senado el 17 de diciembre pasado, y que ese terrorismo no ha dejado de ser financiado por Qatar y Arabia Saudita, países a los que Francia considera a la vez como clientes y aliados.
En el caso del terrorismo interior, el problema es el mismo. Ya no estamos, en efecto, confrontados a un “terrorismo global”, como el mundo ha conocido en la época de Al-Qaeda, sino a un terrorismo autóctono, que es la obra de la gentuza de las “banlieues” que se ha fogueado en la criminalidad común antes de transformarse en bombas humanas bajo el efecto del adoctrinamiento o de un delirio compartido. De Mohamed Merah a los hermanos Kouachi, este terrorismo es indisociable de la criminalidad, ya que no es con los petrodólares sino con asaltos de “proximidad” que los terroristas se procuran sus kalaschnikovs. Luchar contra el “gansterrorismo” implica apoyarse sobre los servicios de inteligencia que se ocupan del mundo del crimen. Ahora bien, si estos servicios existen, en cambio no son explotados, precisamente porque nos negamos a admitir la realidad, a saber: que este terrorismo es una de las consecuencias de la inmigración. Dicho de otra manera: Francia ha secretado un nuevo tipo de terrorismo al dejar instalarse un medio criminal que escapa en gran parte a su control. Es por ello que en estos terroristas (atentados de enero), que sin embargo estaban bajo vigilancia, no se detectó el riesgo de que pasaran a la acción. Las directrices dadas por los servicios de inteligencia interior no han sido las buenas. Se ha preferido vigilar Internet y especular sobre el retorno de los yihadistas antes que estar sobre el terreno, en el corazón mismo de las “banlieues”, en los territorios fuera de la ley en Francia. Pues el problema no está en Yemen o en Siria, sino en las “banlieues”.
¿Estamos en guerra?
El terrorismo es la guerra en tiempos de paz. Y es también la guerra sin fin. En el exterior, estamos en guerra contra el yihadismo, rama terrorista del islamismo salafista. En Francia estamos en guerra contra un terrorismo interior, un puro producto de esta inmigración descontrolada que se hemos dejado desarrollarse como una caldera de brujas de la cual sale una chusma que pasa del gangsterismo al islamismo radical, y después del islamismo radical al yihadismo.
¿Como se puede pensar que el problema se va a resolver con “cursos cívicos” en las escuelas, invocaciones a la laicidad, piadosas consideraciones sacadas de la historia santa de la “convivencia” o nuevas leyes en forma de amuletos de la suerte “contra todas la discriminaciones”? Pues es precisamente en esta situación en la que nos hallamos. La clase dirigente se ha vuelto prisionera de su incapacidad para ver las cosas de frente, causa principal de su indecisión ( y de su desasosiego), ya que no sabe qué hacer. Pretende combatir un enemigo sin querer reconocer que se trata de un Golem que ha engendrado. El doctor Frankestein no puede luchar contra su monstruo porque es su criatura. Los terroristas, que tienen en Mohamed Merah a su prototipo, son el fruto de 30 años de angelismo y de ceguera voluntaria sobre la inmigración, de un “política de la ciudad” que se resume a 100.000 millones de euros que se han esfumado después de haber sido distribuidos a organizaciones ficticias
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