miércoles, 28 de febrero de 2018

LA ÚNICA RELIGIÓN VERDADERA Y LAS FALSAS RELIGIONES




El verdadero Dios  no está al alcance del hombre
De Deo vero! ¡Cuestión sobre la que han meditado con unción muchos teólogos!
Para todo hombre presente en este mundo la búsqueda de Dios  vivo y verdadero constituye, lo quiera o no, la preocupación esencial de su existencia a la que no podrá atribuir  otra causa ni finalidad  diferentes. Así pues no tendrá fácil el camino.
¿Acaso no tiene que hacer un considerable esfuerzo para captar correctamente las realidades materiales que sin embargo le son accesibles a través de los sentidos  y los medios técnicos de que dispone? El Dios vivo y verdadero no está  a su alcance: incluso antes del pecado original Dios se manifiesta a la primera pareja  creada por ÉL mediante visitas espaciadas en el paraíso terrenal. Basta con esta familiaridad, por otra parte inconcebible, para que el espíritu  de insumisión se haga presente.
Tal frívola presunción solo podía conducir a indisponerse con el todopoderoso que se alejó por largo tiempo, hundiendo a nuestra inteligencia en una noche que hubiera tenido remedio si el Amor incesante del verdadero Dios no hubiera prevalecido sobre la necesidad de justicia que se desprende de su Santidad, y así se anunciaba  la venida  de un Salvador que restablecería la amistad perdida. El Dios vivo y verdadero no miente.

La promesa se confirmó  a lo largo  de los siglos por medio de los profetas y escritos divinamente inspirados. Finalmente el anhelado Mesías se hizo presente entre nosotros <<lleno de gracia y de verdad>>.
El Único
Sin embargo  la Historia nos demuestra que son muchos los que no aceptan este Don de Dios. La actitud rebelde aparece en cada generación, multiplicándose impugnaciones y negaciones, traduciéndose éstas últimas por un laicismo negador de la Divinidad  que se nos ha revelado y las primeras  mediante  falsas o imaginarias religiones que nos retrotraen a las tinieblas de los primeros tiempos. Un extraordinario caos de errores y mentiras se enfrentan hoy al anuncio  del verdadero Dios  con el apoyo  de los poderes civiles, paganizados  por doquier en su gran mayoría. Por esta razón sentimos actualmente, y con más fuerza que nunca, la necesidad de recurrir al Dios  vivo y verdadero, el único que nos puede enseñar  en verdad el camino  de la salvación, pues únicamente la verdad la Santidad y la Omnipotencia divinas, las tres juntas, pueden a la vez iluminar  y curar nuestra pobre inteligencia que se debate entre sus límites e inconsecuencias. Estas notas  de trascendencia no se encuentran, en grado tan excepcional, más que en Aquel que ha aceptado encarnarse en nuestra condición  humana.

Ha sido San Agustín el que mejor ha glosado este carácter único  del Verbo de Dios en un texto admirable de su obra De trinitate: << Era necesario  que la multitud, ante la voluntad y el mandato  de un Dios misericordioso, Clamase con sus gritos por la venida  del Único;  necesario era que Él, viniese en medio de los gritos de la multitud, ÉL, el único, y que libres  de la pesada carga de la multitud, vengamos a Él, el único, y que, muertos en el espíritu bajo la multitud de los pecados, consagrados a la muerte en nuestra carne por el hecho  del pecado, amemos a Aquel que, sin pecado, ha muerto por nosotros en su carne, el único, y preciso nos era, teniendo fe en su resurrección, y por la Fe resucitando en el espíritu con Él, ser justificados en el Único justo, congregados en la unidad, y no desesperar  de resucitar nosotros también, incluso en nuestra carne  después de haber visto, nosotros diversidad de miembros, cómo nos procede la única cabeza; que podamos en Ella, purificados ahora por la fe, más tarde restaurados por la visión, y reconciliados con  Dios Padre, por el Mediador, unirnos al único, gozar de único, permanecer en el único>>.

La mediación única  y necesaria de Cristo Salvador es la realidad  divina esencial  respecto a la cual  todas las búsquedas y razonamientos  humanos son actos supererogatorios o inútiles; ella es el criterio absoluto que separa sin piedad la verdadera fe de la incredulidad, así como de las falsas religiones. El Verbo Encarnado permanece hasta el final de los tiempos como Aquel  a quien se puede pedir y por quien  se puede obtener ya, desde este mundo, el Reino de Dios.

Frente a la infidelidad  de Israel  que se obstina en rechazar al Divino Mesías, frente a la revelación imaginaria de un Mahoma  o frente  al empecinamiento de todos  los cismas herejías, la actitud del alma  fiel sólo  puede permanecer en la constante adoración  del Único Salvador y en la fidelidad  a la única Iglesia que vive del Espíritu Santo, Igualmente  la vida  y extensión  del Cuerpo Místico no pueden separarse de las palabras  y promesas que le han  sido entregadas con la infabilidad  y la trasmisión  de los poderes  requeridos a este efecto.

La misión única de la Iglesia

Nos complace en volver  a leer estas líneas  del Papa  San Gelasio (siglo V después de Cristo)  en las que subraya  que la confesión de Fe por parte de la Sede Apostólica <<no podría soportar  el contagio  de ninguna doctrina falsa, el contacto con error  alguno. Si tal desgracia  se produjese entre nosotros, aunque tenemos la firme confianza  de que esto no es posible, ¿podríamos enfrentarnos  con alguna esperanza  o cualquier  error que nos invadiesen o como cabría la posibilidad  de enderezar los errores ajenos >>. Esta breve cita, exclusiva del Papa  San Gelasio, resume los derechos  y deberes  del sucesor  de Pedro.

La Iglesia docente nunca proclamará en exceso que el fundamento, la vida  y el cumplimiento de la Revelación  residen en la intervención inigualable – Única, decía San Agustín- del Verbo de Dios, Segunda Persona de la Santísima  Trinidad, para establecer, santificar  y salvar  a la humanidad perdida. La marcha misionera  de los Apóstoles  no ofrece ambigüedad alguna: << Ib.  Y enseñad a todas las naciones, bautizando  en el Nombre del Padre, del Hijo  y del Espíritu Santo>>. Señala  el camino  santo y  real, imitando a <  del Padre para venir  a nuestro mundo y que ha salido de este mundo para volver a su padre>>
  (San Juan), de Aquel también que, el Único, podía afirmar, sin engañarse  ni engañarnos, que su Padre nos ama porque hemos creído que Él ha salido de Dios.

Vemos como resultado  un cambio radical  de perspectiva. Desde  la caída original  la historia del mundo  no ha sido nada más que una larga y dolorosa agonía a la espera  de Cristo Salvador.
Desde su advenimiento, si aceptamos  seguir  fielmente su palabra  y su ejemplo, nuestro destino consiste en otro sufrimiento  transfigurado por el Bautismo y por nuestra justificación  en Cristo Resucitado.

Una verdad corrompida aleja al hombre de Dios

Llegamos aquí al segundo aspecto de estas reflexiones: el Dios vivo  y verdadero  es el Dios “tres veces Santo”. La Fe verdadera del que cree, sin importar el grado jerárquico en que se encuentre, conlleva la misma exigencia. La búsqueda sincera de la verdad está ligada nuestra victoria interior sobre el mal, y solo puede desembocar en una elevación espiritual que,  entre los mejores, se llama santidad.

Cuando la criatura llega a este grado  de lucidez  que le hace reconocer su incapacidad para elevarse hasta su Señor y Salvador, entonces la criatura  se humilla  con una humildad que atrae sobre ella  la gracia divina y la conduce  por el camino  de una vida integra, de buena voluntad y de creciente purificación, La vera fide es  espíritu de vida, doctrina e imitación del Dios santísimo del que proceden todas las perfecciones  inherentes a la Divinidad. La Sagrada  Escritura, tanto en el antiguo  como en el Nuevo Testamento, está llena  de esta llamada a la  perfección.  La Iglesia a su vez, no cesa  de proclamar  la Santidad  de Dios  e invita  a los fieles  a reverenciar este océano de grandeza, pureza y bondad indecibles.

Las consecuencias son inevitables. Nuestro Señor nos lo ha hecho saber. <>. Este criterio no nos engaña  nunca., incluso si los innovadores  y los falsos  reformadores no lo toman demasiados  en cuenta.

Puede asegurarse que una “reforma” es engañosa o está equivocada cuando quiere hacer compatible la Divinidad con imperfecciones  notorias  o promulga  una doctrina  que es fuerte de preceptos abusivos e inmorales, o incluso cuando sus promotores se comportan  de forma totalmente condenable, tanto en el plan natural  como en el plan  de la auténtica Revelación sobrenatural. La mezcla de misticismo y pecado o la quimérica ilusión vicia de raíz cualquier “reforma” con pretensiones espirituales. Solamente el Dios santo es el verdadero, y una verdad corrompida aleja al hombre de Dios. Pero el falso reformador no se da cuenta de que su irresponsabilidad llega hasta  sus últimas  consecuencias, llenando el universo  con su cizaña  envenenada. Y así un pensamiento  pervertido puede pervertir a una multitud de almas, conduciéndolas a una mala vida de la que se desprenden sin  cesar sufrimientos, guerras  y muerte.

El monoteísmo puramente racional y el monoteísmo  islámico son un empobrecimiento de la realidad  divina.
La Iglesia, depositaria de la plena verdad revelada, está perfectamente capacitada para denunciar estos errores fundamentales  que se esconden, desde hace siglos, en estas verdades espirituales deformadas  y no para intentar reunir entre todas ellas  una serie de elementos  que nunca serán  compatibles.

 Por ejemplo veamos el problema  que se plantea con el vocablo  politeísmo, vocablo que él solo ahonda un abismo infranqueable entre millares  de seres  humanos abandonados  en la ignorancia de la realidad divina expresada  con este término.

Mientras tanto, y oponiéndose al politeísmo pagano, el pensamiento  de los antiguos descubrió, sin duda bajo la influencia de la religión judía, que la Divinidad no podía ser múltiple.

 Pero el Verbo de Dios, que habito entre nosotros, nos ha enseñado que esta Unicidad poseía una superabundancia  de vida de carácter trinitario de la que el hombre no puede  hacerse una idea  aquí abajo.
Solo algunas décadas  después  de la aparición  del Islam, San Juan Damasceno, doctor de la Iglesia, puntualizaba que en realidad  la unidad  numérica  atribuía  por los musulmanes a Dios no era sino  un empobrecimiento  a escala humana, refutando igualmente la acusación de un triple asociacionismo, injustamente imputado a los cristianos, que confiesan su Fe en un solo Dios sin que la unidad  de su naturaleza divina  sea afectada  al manifestarse  real  y no especulativamente en su acción  trinitaria de Creador, de redentor  y de Santificador respecto a nosotros.

El monoteísmo puramente nacional no acerca el hombre a  Dios pues, según decía  el gran San  Hilario  de Poitiers, <  humanas no son capaces  de dar cuenta  de las realidades divinas>>
, y criticaba a los herejes arrianos de su tiempo  que pretendían imponer a Dios las leyes de la procreación humana según las cuales son necesarios dos los que engendren, diciendo  a este respecto:
<  de dar nacimiento  sin sufrir cambio alguno. Se otorga crecimiento  de ser sin perder  su naturaleza. En razón de la similitud de una naturaleza idéntica a la suya, el Padre pasa al Hijo al que ha engendrado  y el Hijo,  al que ha que vive nacido del  viviente, no tiene al nacer otra naturaleza  que la naturaleza divina >>.

Una capa de plomo

A partir de estas últimas en las que el alma  sencilla y humilde reconoce la absoluta soberanía  del Dios Santo, Vivo y Verdadero, puede apreciarse la caída y el empobrecimiento  que envuelven al que niega la Revelación proveniente del Verbo De Dios. Esta reflexión parecía tan indigente a los cristianos de Oriente medio, hace ya trece siglos, que consideraban los textos del Corán como una recopilación  de historias bíblicas mal traídas y peor comprendidas, según afirma un historiador de crédito.

 No sospechaban entonces que el error  que se comenzaba a propagar iba a crearles esa situación insostenible  que dura ya 1300 años. No es raro que infidelidades tan profundas, en el orden de la Fe, se traduzcan en el tiempo en situaciones insuperables e intricadas;  el ser humano que se deja seducir por ellas  es presa de sombríos y falsos razonamientos, cayendo en la seducción  de los vicios y en los  excesos del poder  cuando tiene la oportunidad  de acceder al mando espiritual o temporal. Su conciencia no vive  ya en la presencia  del Dios vivo, santo y verdadero. Incluso cuando admira  el bien que encuentra  en su caminar, su voluntad no tiene ya la fuerza  para librarse de los lazos que se tienen prisionero del error. Tomemos un ejemplo entre varios:
 uno de los pensadores  del Islam más interesantes de la Edad Media escribió esta frase harto conocida:<< El cristianismo seria  la expresión  más absoluta de la verdad  si no  fuera por el dogma de la Trinidad y su negación  de la misión  divina de Mahoma>>.  Tal juicio dice mucho  del callejón sin salida en el que  se encuentra los espíritus más selectos cuando son presa de las falsas premisas sociales dominantes, encontrándose desasistidos para comprometerse radicalmente con una Fe auténticamente revelada. El citado pensador se inclinaba sin duda alguna ante la egregia figura de Cristo y sus heroicos santos que mediante la gracia y la imitación del Maestro han llenado los primeros  siglos de la Cristiandad.

  Quizá incluso ha experimentado, en el silencio de sus reflexiones, un cierto pesar de que el Islam no tenga esos  ejemplos, aunque sepultado por esa capa de plomo que pesaba sobre él, no ha caído  en ese encuentro necesario entre verdad  y santidad que caracteriza a una auténtica relación de Dios con él hombre.

El neo paganismo

Al  empezar el tercer milenio se dibuja un horizonte poco halagüeño tanto en lo que se refiere al orden temporal como a nuestra vida eterna. Los enemigos acérrimos del Dios vivo y verdadero prácticamente han monopolizado el poder político y mediático en todo el mundo, y esto valiéndose de medios de los que se puede afirmar, sin ironía ni temor engañarse, que la santidad es la gran ausente  de todos ellos. Dos siglos de revoluciones sangrientas y de guerras mundiales, más terribles que nunca, no han hecho nada más que paganizaren alto grado todas las instituciones, vaciándolas de todo contenido espiritual.

 Peor todavía: los poderes así secularizados no dejan de favorecer a las confesiones religiosas más condenables en detrimento de la única y verdadera Revelación.

El hombre moderno, lejos de estar libre  del error y del mal, se encuentra hoy entregado en alma y cuerpo, podemos decirlo sin temor a exagerar, a una dogmática racionalista pseudorreligiosa de substitución que se deja inerme ante los ataques violentos, mientras que por su parte los fieles del Dios vivo y verdadero son llamados  por sus propios pastores (en connivencia establecida) para pedir un sospechoso perdón en cuanto a las faltas de un lejano pasado, puesto de actualidad  de forma artificial, que deja curiosamente  en la sombra situaciones de más gravedad y además más  recientes.

El paso obligado, único, de la salvación

Ante esta conjunción de desgracias la proclamación  del Dios vivo, verdadero y tres veces santo se convierte en un objetivo prioritario. Los Padres de la Iglesia comprendieron perfectamente que la explicación y adoración del misterio trinitario deberían ocupar  el centro de la Fe revelada y manifestaba de forma única  una gracia portadora de gracias a favor de toda la humanidad. Así pues este  Dios Trino y uno que supera todos los límites  de comprensión y de lenguaje susceptibles de aplicarse  a este misterio, es también el que se humilla ante nosotros con una humildad  que nunca hubiéramos  podido imaginar  y ante la
Dios Sólo perdonará  a los que hayan perdonado: ¡esta es la condición! Los santos no tienen nada de odio, nada de hiel; ellos perdonan todo, y siempre  se dan cuenta de que más  les ha perdonado  a ellos el Buen Dios. Pero los malos cristianos son vengativos. El medio de Expulsar al
demonio, cuando nos suscita pensamientos de odio contra los que nos han hecho mal, es rezar rápidamente por ellos.
Santo Cura  de Ars.
Cual los no cristianos siguen sintiéndose desconcertados. Pero Dios no ha venido para que nos alejemos  de Él ni para que deformemos lo que ÉL es o lo que ha dicho:
 Su exigencia para todos es ser dulces y humildes de corazón  la inteligencia espiritual tiene este precio y así la Redención  se toma superabundante:
 San Jerónimo decía: O miserabilis humana conditio, et sine Chirsto vanum omne quod vivimos! (¡Cuan miserable  es la condición humana y cuán vano es todo  lo que llevamos a cabo sin Cristo!).

Para todos, cristianos o fieles, la Divinidad de Nuestro  Señor es el paso obligado, único, de la salvación. Él lo ha dicho y lo ha probado << Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida>>. He aquí la conclusión  de la auténtica Revelación  que anula todas las demás.

Un vínculo indisoluble
Mas insistamos sobre el vínculo  substancial que prohíbe la disociación entre verdad y santidad divina.

La santidad es inherente a la santidad divina. Es la fuente  misma  de las demás santidades: la de la Santísima Virgen Maria, la de los ángeles, la de los santos, la de la Iglesia y la de los dones sagrados que ni cesa de otorgar a la humanidad. Todo ataque consciente o inconsciente a este atributo divino es fruto de la profanación o del sacrilegio, bien como consecuencia de una alteración, de una deformación o de una negación de este carácter inviolable.

En tiempos  de grave relajación moral, como los nuestro, los individuos experimentan un desasosiego en ajustarse  a la santidad  de Dios, olvidando que no puede haber marcha alguna en El ni en sus obras: mulla macula in divinis! Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las herejías, los cismas declarados o camuflados y las falsas creencias tienen su causa original en esta especie de ceguera que desde el principio acompaña a sus fundadores, entre los cuales no es difícil hallar las peores perversiones: orgullo, concupiscencia, crueldad, defectos que vician gravemente su inteligencia, su acción y también las de los discípulos.

Es evidente que en un clima en el que la santidad no es un objeto deseado, las malas pasiones proliferan como la cizaña, provocando un derrumbe moral  que además no es compatible con un furor acorde con el deseo  de entregarse  a las empresas más ambiciosas de este mundo. Cuando se considera demasiado exigente el camino estrecho de la santidad, las generaciones se hunden precipitadamente en el pozo abierto  por los pseudorreformadores, no sin antes sucumbir ante las trampas de las aparentes buenas intenciones para callar, sin duda alguna, el reproche de sus conciencias. Bebiendo mil venenos y contradicciones que fluyen de ese comportamiento, el hombre  se agota intentando conciliar lo que es inconciliable en una atmosfera turbada y malsana en donde el alma se aleja cada vez más  de la plena  claridad que exige la divina pureza.


Únicamente la verdad religiosa autentica engendra la santidad  y, recíprocamente, la santidad  es prueba de verdad  cristiana pues las dos provienen del Dios vivo y verdadero, del Dios tres veces santo.

El Imperativo  de la tolerancia universal: flatus vocis y ruina de las almas

Cuando este vínculo se rompe, la Fe y la práctica  se debilitan  hasta desaparecer permaneciendo únicamente  en la persecución y en las catatumbas, mientras que las episódicas y multitudinarias manifestaciones de religiosidad se derraman  en una gregaria participación tan alejada del Sinaí como del Sermón  de la Montaña, de la Cruz y de la Resurrección, substituyendo las postrimerías  con el imperativo de la tolerancia universal.

 La Fe divinamente revelada conduce a la santidad, es decir al Dios verdadero de toda Santidad; las creencias, fruto de la imaginación humana y aceptadas como tales, desvían de la santidad.

La misión esencial  de la Iglesia en la llamada incesante de esta alternativa fundamental hasta el fin del mundo. Cualquier desviación  de este primer deber es solo un banal flatus vocis acompañado de una infidelidad  que llega a ser gravemente peligrosa para la salvación  de las almas. Por eso el Cristianismo se alimenta a la vez  de la verdad  y de la santidad divinas, de suerte que un gran teólogo, Bernard Bartmann, ha llegado a escribir que el Cristianismo es <> Esta afirmación, que ni el poder infernal puede hacer tambalear, con la parte que hemos hecho resaltar  en cursiva, quiere indicar la responsabilidad culpable de los acercamientos, intercambios  y compromisos preconizados por los espíritus victimas del error y del pecado.

Entre los falsos reformadores el desorden de la vida coinciden con el desvió  de su conciencia o tal vez lo contrario. No se hace necesario refutarlas desviaciones doctrinales: los perversos efectos dan testimonio en contra de ellas. Se comprende esto mejor cuando los dirigentes civiles y religiosos acaban en la opresión como consecuencia de sus excesos personales. Su culpabilidad saca a la luz el odio que siente por la verdad y la sanidad. No quieren ni pueden imitar el Verbo de Dios en su vida y en sus obras y entonces imponen lo contrario con una audacia, una perseverancia y una maldad que dicen mucho sobre el espíritu de los anima. En el extremo opuesto escribía San Agustín en la Ciudad de Dios: Bonus verusque Mediator ostendit peccatum esse malum

(<< el Mediador bueno  y verdadero muestra que el pecado es un mal>>), con lo que concluye lógicamente que debemos estar unidos a Él en santa sociedad, gracias al mérito  de la Encarnación Redentora, fuente divina y camino de salvación.
Pyrenaicus
FUENTE: SI SI NO NO  AÑO XIV, No, 148 REVISTA CATÓLICA ANTIMODERNISTA NOVIEMBRE 2004.