miércoles, 25 de enero de 2017

EL VENENO DE LAS FILOSOFÍAS MODERNAS EN LA REFORMA LITÚRGICA




Cuando, el primer domingo del Adviento de 1969, se introdujo en la misa del Novus Ordo, o misa de Pablo VI (1897-1978), muchos se desconcertaron, otros por el contrario se entusiasmaron. Algunos se afligían por la pérdida de un rito milenario y de un misal que remontaba al siglo XVI.

A petición del Concilio de Trento (1545-1563), San Pio V(1504-1572) realizó la visión del misal, que aprobó el 14 de julio de 1570, con la bula Quo primun tempore; el pontífice lo promulgo y lo sustituyó a aquellos ritos que no podían prevalerse de una antigüedad de al menos doscientos años, ordenando a todas las iglesias y dignidades eclesiásticas “en virtud de la santa obediencia, abandonar en el futuro y enteramente todos los otros principios y ritos, por antiguos que sean, provenientes de otros misales, los cuales han tenido el hábito de usar; y cantar o decir la misa según el rito, la manera y la regla que Nos enseñamos por este Misal; y que ellos no podrán permitirse añadir, en la celebración de la Misa, otras ceremonias ni recitar otras oraciones que las contenidas en el Misal”.

Y sin embargo, en aquel domingo de 1969, algunos se alegraban de esa revolución litúrgica que era en la práctica el sello del nuevo pensamiento que había madurado en el seno de la iglesia, y que había caracterizado al Vaticano II: la Iglesia se había “abierto” al mundo, iba a su encuentro con entusiasmo y ya no condenaba el error, sino que era comprensiva y flexible.

Benedicto XVI, en su día, se contaba entre el número de los desconcertados: “El segundo gran evento al comienzo de mis años de Ratisbona fue la publicación del misal de Pablo VI, con la prohibición casi completa del misal precedente, tras una fase de transición de cerca de seis meses. El hecho de que, después de un periodo de experimentación que a menudo había desfigurado profundamente la liturgia, se volviese a tener un texto vinculante, era algo que había que saludar como seguramente positivo. Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia. Se suscitaba por cierto la impresión de que esto era completamente normal. El misal precedente había sido realizado por Pio V en el año 1570, al concluir el Concilio de Trento; era, por tanto, normal que, después de cuatrocientos años y un nuevo Concilio, un nuevo Papa publicase un nuevo misal. Pero la verdad histórica era otra. Pio V se había limitado a hacer reelaborar el misal romano entonces en uso, como en el curso vivo de la historia había siempre ocurrido a lo largo de todos los siglos. Del mismo modo, muchos de sus sucesores reelaboraron de nuevo este misal, sin contraponer jamás un misal al otro. Se ha tratado siempre de un proceso continuado de crecimiento y de purificación en el cual, sin embargo, nunca se destruía la continuidad. Un misal de Pio V, creado por él, no existe realmente. Existe solo la reelaboración por la ordenada como fase de un largo proceso de crecimiento histórico. La novedad, tras el concilio de Trento, fue de otra naturaleza: la irrupción de la reforma protestante había tenido lugar sobre todo en la modalidad de “reformas” litúrgicas.

No existía simplemente una Iglesia católica junto a otra protestante; la división de la Iglesia tuvo lugar casi imperceptiblemente y encontró su manifestación más visible e históricamente más incisiva en el cambio de la liturgia que, a su vez, sufrió una gran diversificación en el plano local; tanto, que los límites entre lo que todavía era católico  y lo que ya no lo era se hacían con frecuencia difíciles de definir. En esta situación de confusión, que había sido posible por la falta de una normativa litúrgica unitaria y del pluralismo litúrgico heredado de la edad Media, el Papa decidió que el “Missale Romanum”, católico sin ninguna duda, debía ser introducido allí donde no se pudiese recurrir a liturgias que tuviesen por lo menos doscientos años de antigüedad.

(…) Ahora, por el contrario, la promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentos de la iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia dela liturgia cuyas consecuencias solo podían ser trágicas. Como había ocurrido muchas veces anteriormente, era del todo razonable y estaba plenamente en línea con las disposiciones del Concilio que se llegase a una revisión del Misal, sobre todo considerando la introducción de las lenguas nacionales. Pero en aquel momento acaeció algo más: se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo y utilizando también los proyectos precedentes. No hay ninguna duda de que este nuevo Misal comportaba en muchas de sus partes auténticas mejoras y un verdadero enriquecimiento, pero el hecho de que se presentase como un edificio nuevo, contrapuesto a aquel que se había formado a lo largo de la historia, que se prohibiese este último y se hiciese aparecer la liturgia de alguna manera, no ya como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica, nos ha producido unos daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se “hace”, que no es algo que existe antes que nosotros, algo “dado”, sino que depende de nuestras decisiones. Como consecuencia de ello, no se reconoce esta capacidad solo a los especialistas o a una autoridad central, sino que, en definitiva, cada “comunidad” quiere darse una liturgia propia”.

La destrucción de un rito tan rico en sacralidad y belleza no se había hecho solamente en detrimento de la representación visual y auditiva, sino que ha producido una consecuencia mucho más trágica: ha minado la fe, la ha golpeado de manera muy dura. El pretexto principal de esta revolución, desarrollado por la comisión Litúrgica  (ya activa en el pontificado de Pio XII), bajo el cayado de Monseñor



Resultado de imagenAnnibale Bugnini (1912-1982), era que los fieles tuvieran una mejor comprensión de la liturgia por dos razones: la lengua (el latín, se decía, alejaba en lugar de acercar) y la “participación activa”, a través de un dialogo directo que el sacerdote, vuelto no ya hacia Dios sino hacia el pueblo, iba a instaurar con los fieles. Joseph Ratzinger escribía hace algunos años:
“Hay una cosa que debe quedar clara. La liturgia no debe ser un terreno de experimentaciones de hipótesis teológicas. En el curso de esos últimos decenios, conjeturas de expertos han entrado demasiado rápidamente en la práctica litúrgica, a menudo corto-circuitando la autoridad eclesiástica, por intermedio de comisiones que supieron expresar al nivel internacional su acuerdo del momento, y que supieron transformarlo en la práctica en ley liturgia deriva su grandeza de lo que es, y no de lo que hacemos con ella.
Nuestra participación es ciertamente necesaria, pero como un medio para introducirnos humildemente en el espíritu de la liturgia y para servir a Aquel que es el verdadero sujeto de la liturgia: Jesucristo.
La liturgia no es la expresión de la conciencia de una comunidad, que por otro lado es variable y cambiante.
Es la Revelación acogida en la fe y en la oración…”

Esta misa apareció como una concesión hecha a los protestantes, y  para los fieles fue un alejamiento, domingo tras domingo, del Santo Sacrificio. El Novus Ordo, poniendo en el centro la comunidad y el hombre, por consideración hacia el pensamiento antropocentrista moderno, ya no permite crear esa atmosfera propicia a la sacralidad y por lo tanto a la comprensión de la renovación del Santo Sacrificio, del cual por otro lado ya no se habla. Al suprimir la noción de sacrificio, al reducir la misa a un memorial de la Cena, al orientarse, no ya hacia Dios, sino hacia el pueblo (los sacrificios, desde los tiempos más antiguos, siempre se habían dirigido a las divinidades, nunca a las personas), la asamblea es quien se convierte en protagonista. El tabernáculo fue incluso retirado a menudo del presbiterio para ser colocado en la “reserva eucarística”.

El pensamiento moderno occidental había tenido su triunfo no solamente en la sociedad y en la cultura, sino también en la Iglesia, hasta en la sustancia del Credo: el Santo Sacrificio, precisamente.

Así ocurrieron las cosas, y es el drama que vivimos. En efecto, aunque Benedicto XVI, bien consciente de la gravedad de un rito destruido, liberó la santa misa de siempre con el Motu proprio Summorum Pontificum en 2007, los obstáculos con que muchos sacerdotes se dan de bruces para poder celebrarla son muy numerosos. Esta misa es entonces un signo de contradicción: para celebrarla es necesaria una suerte de “conversión”, en la cual la fe se limpia de las incrustaciones de una mentalidad que ha hecho del cristianismo una ideología más bien que una fe religiosa.


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Gracias a especialistas de gran envergadura, como el teólogo Brunero Gherardini, ligado a Santo Tomas de Aquino (1225-1274) y a la gloriosa Escuela Romana, o como el oratoriano Jonathan Robinson, fundador del Oratorio de San Felipe Neri en el Canadá, descubrimos, con terror y temblor, que la Nouvelle Theologie, que caracteriza una parte importante de la formación dispensada en los seminarios y en las facultades de teología desde hace cincuenta años, ha sido influenciada por los filósofos modernos. Detrás de Chenu (1895-1990), Danielou
(1895-1990), Danielou (1905-1974), Congar (1904-1995), de Lubac
(1896-1991), Rahner (1904-1984), estaban Hume (1711-1776), Kant (1724-1804), Hegel (1770-1831), Comte (1798-1857)…

Es justamente Kant, en La religión en los límites de la mera razón, quien afirmo: “No hay más que una sola (verdadera) religión; pero puede haber diferentes suertes de fe. Se puede añadir que en la pluralidad de las Iglesias, distintas unas de otras por la diversidad de sus creencias especiales, podemos encontrar sin embargo una sola y misma religión”. He aquí el relativismo religioso tan temido por

el cardenal John Henry Newman (1801-1890). Ese relativismo que lleva a afirmar que el Evangelio es una historia como muchas otras….
Resultado de imagen para cardenal newmanEste pensamiento filosófico ha penetrado tanto en la cultura y la mentalidad que ha contaminado el propio culto divino, y a causa de este proceso el culto dado a Dios ya no es objetivo, independiente de lo que sentimos o de lo que experimentamos, sino que se convierte en una expresión subjetiva, modificable a voluntad. Benedicto XVI ha observado que se interpretaba como una autorización o incluso una obligación de creatividad, “lo cual llevó a menudo a deformaciones de la  Liturgia al límite de lo soportable” Las deformaciones arbitrarias de la liturgia han causado heridas profundas al pueblo de Dios y a la misma Iglesia. El iluminismo negó la Revelación. Las ideas clave del iluminismo fueron: laicismo, humanismo, cosmopolismo, libertad de palabra, de comercio, libertad estética, libertad en relación con el poder monárquico (había que combatir la idea de un soberano único, cuyo poder venía de lo alto, para dirigir la atención sobre la Republica, cuyo poder venia de abajo, sin intervención divina. Es así como se abatió la idea de Cristo Rey). De libertad en libertad nació la idea, que vivimos hoy, de decidir cada uno por sí mismo; es así como la libertad se aplicó también a lo que antaño la Iglesia llamaba vicios y pecados.

Kant, con su religión moral, excluyó los sacramentos y la Iglesia del horizonte de la vida del hombre moderno. La religión se convirtió en un asunto personal, función de una moral que estructura la sociedad. En Hume se llega a la exclusión de Dios, que viene a ser completamente eliminado de la existencia del hombre. El empirismo ocupa el lugar de la metafísica y Dios ya no es el creador, sino un ser inútil. Hegel y Comte realizaron el paso siguiente al subrayar la importancia de la comunidad y del estudio de la sociedad como aquella que orienta la vida del hombre, y de hecho se sustituye a Dios.

Todo ello ha tenido un impacto devastador sobre la vida litúrgica y sacramental.
Hegel, a diferencia de Hume, no deja desaparecer a Dios, sino que lo somete a las necesidades de la comunidad. Se trata del auto celebración de la comunidad que se representa a sí misma. El culto no es ya una ascensión hacia Dios, una eliminación de la fuerza de gravedad de las miserias y de los pecados, sino un abajamiento de Dios a las dimensiones humanas. Ese culto se convierte entonces en una fiesta que la comunidad hace ella misma y para sí misma.

La concepción no es ya la misma. De la adoración de Dios, se pasa a un círculo que gira entorno a sí mismo. Pero como hemos podido constatarlo en el curso de estos últimos decenios, se desemboca en la frustración, la sensación de vacío, el cansancio y el aburrimiento.

Las ideas de comunidad, razón, ciencia, democracia, valores como los derechos del hombre, libertad política y religiosa, encuentran su formulación en la obra de los pensadores del siglo XVIII. Robinson afirma con razón:

“Mi opinión es que los hombres de Iglesia no han prestado hasta ahora suficiente atención para comprender y evaluar las ideas que han formado el mundo moderno.
El resultado es que la iniciativa de comprender y predicar el Evangelio ha pasado a manos del mundo moderno, en detrimento de nuestra tradición cristiana común”.

De hecho se ha producido una evolución del cristianismo, mejor, lo que ha tenido lugar ha sido una verdadera revolución, donde la Tradición no se ha tomado ya en consideración. Y sin embargo podemos leer en la contraportada del libro de Monseñor Gherardini Quaecumque dixero vobis: “Si quieres conocer la Iglesia, no ignores la Tradición.  Si ignoras la Tradición, no hables jamás de la Iglesia”.

Aun así, el teólogo Rahner afirmará con convicción que su verdadero maestro fue Martin Heidegger (1889-1976), discípulo de Hegelen el camino la Tradición se ha perdido. La lente deformante de la filosofía dialéctica moderna ha arrancado literalmente la fe a los creyentes, arrojándoles a sendas sin salida, cuando no animándoles a seguir el “camino que lleva a la perdición” (Mt 7, 13). Se ha creado una ósmosis entre el pensamiento secularizado y el pensamiento de los teólogos. Las ideas nuevas se han introducido en las diversas comisiones y en los organismos de la Iglesia, que se han ocupado de extenderlas en los seminarios, en las facultades teológicas, en las parroquias, en las escuelas católicas…

La alocución de Pablo VI con motivo de la clausura del Concilio Vaticano II es emblemática a este respecto. Se discierne en ella la conciencia plena de lo que ocurrió:

Resultado de imagen para pAULO vi“El humanismo laico y profano ha aparecido finalmente en su terrible estatura y, en cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión (pues tal es) del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha ocurrido? ¿Un choque, una lucha, un anatema? Eso podría haber ocurrido; pero no ha tenido lugar. La vieja historia del buen Samaritano ha sido el modelo y la regla de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía sin límites por los hombres la ha invadido por completo. El descubrimiento y el estudio de las necesidades humanas (y son tanto más grandes cuanto el número de los hijos de la tierra se hace mayor). Ha absorbido la atención de nuestro Sínodo Reconocedle al menos ese mérito, vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, y sabed reconocer nuestro nuevo humanismo: también nosotros, más que cualquier otro, tenemos el culto del hombre”.

Es evidente que esto no está exactamente en línea con la Tradición católica que ha hablado siempre de hostilidad irreductible entre Dios y el mundo, cuyo príncipe es Satán.

Resultado de imagen para Czeslaw MiloszLa iglesia ha dialogado con el mundo, ha abierto la puerta a los que la habían combatido y la combatían, y ha perdido su función de guía, dejándose arrastrar por la corriente. He aquí como el premio Nobel de literatura 1980) Czeslaw Milosz (1911-2004) describe la humillación del pensamiento cristiano cara al “pensamiento débil”:

“En el curso de mi existencia, el paraíso y el infierno han desaparecido, la fe en la vida eterna se ha debilitado considerablemente…la idea de verdad absoluta ha perdido su posición de supremacía, la historia conducida por la Providencia ha comenzado a parecerse a un campo de batalla donde tiene lugar un combate entre fuerzas ciegas”

 Resultado de imagen para LA LITURGIA TRIDENTINA

La liturgia no es algo construido por los hombres, algo inventado para realizar una experiencia religiosa; es la alabanza, el homenaje y sobre todo la renovación del Santo Sacrificio. La mayor parte de los hombres modernos, incluso católicos, pensaban que el Vetus Ordo era una antigualla, una antigüedad para viejas devotas amantes de los encajes. El Motu Proprio demuestra exactamente lo contrario: el Vetus Ordo es la posibilidad para el fin de entrar en los misterios de Dios, porque la Fe es misterio y los jóvenes están muy interesados y atraídos por la sacralidad de esta Santa Misa.

La deformación litúrgica ha sido, realmente, el producto de fuerzas intelectuales que han asfixiado la trascendencia de Dios, su encarnación y la obra del Espíritu Santo. Pero la obra de Dios no es la obra de los hombres.

El Vetus Ordo es la obra de Dios, el nuevo misal es la obra de ciertos hombres que planificaron un rito apto para satisfacer sus aspiraciones.

En esta época científica y anti metafísica, los dogmas, las imágenes y los preceptos de la religión han perdido su fuerza, y han sido sustituidos por la ideología. En esta época postmoderna las personas ya no creen en una sola verdad, sino que prestan más atención a las experiencias individuales. Y ya no existe criterio seguro y correcto de comprensión, apto para definir lo que es pecado y lo que no es. No obstante, como sostiene Santo Tomas de Aquino, el hombre tiene una inclinación hacia la verdad, y de ahí que se produzca una profunda frustración. Estamos, pues, condenados a vernos en un mundo sombrío, lúgubre, lleno de temores, privado de verdad, de belleza y de bondad, donde solo aquellos que tienen el control deciden lo que es bello, verdadero, bueno. Robinson afirma:

“Si la Eucaristía es fuente y fundamento” de la vida de la Iglesia, entonces la misión del Cuerpo Místico de Cristo se pone seriamente en compromiso. Es una cuestión central, no solamente para la iglesia, sino para el mundo entero. Si la iglesia que San Pablo define como “la columna y el apoyo de la verdad” (I Tm 3,15) había en voz baja de la pasión, de la muerte, de la resurrección y de la ascensión de Cristo, también el mundo se resiente por ello”.

Mas cuando la liturgia es una cosa que cada cual hace por sí mismo para sí mismo, entonces no nos da ya lo que es su verdadera cualidad: el encuentro con el misterio, la fuente de nuestra vida. La crisis eclesiástica en la cual nos encontramos depende en gran parte del hundimiento de la liturgia. Si en la liturgia no aparece ya la comunión de la Fe, la unidad universal de la Iglesia y de su historia, ¿Dónde aparece todavía la Iglesia en su sustancia espiritual? Entonces, verdaderamente, la comunidad no hace más que celebrarse a sí misma. Y habida de que la comunidad en sí misma no tiene subsistencia, se hace inevitable, en esas condiciones, que se llegue a la formación de numerosas corrientes, hasta incluso la oposición, en una Iglesia también dividida por ideas y practicas litúrgicas relativistas.

Entre los creyentes influenciados por ideas modernas, surgió el cansancio por asistir a disputas religiosas, y se vio emerger el latitudinarismo y el indiferentismo. Y el sentimiento común fue el de dirigirse hacia una religión que no tiene ya incidencia en la vida pública, sino que se convierte, como había diagnosticado Newman, en un hecho privado, una cuestión personal. El cristianismo, en doscientos años, se ha convertido en una religión nueva, racional, pacífica y humanista. Pero la propia moral, o la buena voluntad, tan exaltada Kant (como verdadera religión autentica), termina por perder consistencia. En efecto la filosofía vivió y actuó cuando su referencia era todavía la de una sociedad civil cristiana. Hoy, en una sociedad descristianizada, la propia moralidad está profundamente minada y lo que está bien para uno, no está bien para otro. Estamos en una Babilonia. El deísmo del iluminismo desembocó inevitablemente en la negación abierta de la existencia de Dios, como lo demostrará Nietzsche (1844-1900). Hume, entre los más valientes arquitectos del iluminismo, y uno de los mejores ejemplos de conciencia laica, propone un nuevo mensaje: hay que hacer filosofía para demostrar que no hay lugar para la metafísica, y después se podrá disfrutar de la libertad producida por la conciencia de esta ausencia. He ahí el ideal: nada de tensiones, nada de clamores hacia el absoluto metafísico, hay que evitar las elevaciones poéticas. Sus obras están llenas de odio hacia la religión, en particular la religión cristiana. Para él la religión es fanática, intolerante, escolástica y grotesca. Pesaba que un hombre racional no podía ser creyente. La obra La religión natural tuvo un papel inmenso en el desarrollo del ateísmo, y su pensamiento ha sido tan poderoso y se ha expandido tanto que ha influido, en ciertos aspectos, a una parte del mundo católico: los milagros y los novísimos recibieron un golpe fatal en numerosos teólogos. Pensamos en la doctrina de Rahner, en la cual los novísimos perdieron consistencia, un factor que sigue influyendo en gran medida en la vida cotidiana de la iglesia. Es interesante constatar lo que Kant decía a propósito de la oración, que consideraba como un “culto de cortesanos”, si se hacía para pedir gracias. Escribe:

“Considerar la oración como un medio para obtener la gracias es un error supersticioso (un fetichismo)”. “Dios no necesita datos sobre nuestros sentimientos íntimos (…) la oración atañe al progreso moral del sujeto”. Además, ir a la iglesia “es generalmente una buena práctica, a condición de ser consciente de que puede tener buenos resultados.

Primero de todo, puede recordar al fiel la obligación de llevar una vida moral; en segundo lugar, puede considerarse como una obligación directa para con el individuo en cuanto miembro de la Iglesia ética universal. Ir a la iglesia nos recuerda el deber de aspirar a obedecer el propio imperativo categórico como miembros del reino de los fines. El culto dado en la Iglesia, sin embargo , no debe contener nada que sea incompatible con la verdadera religión del deber (…) Ir a la Iglesia se convierte en un acto negativo cuando el fiel empieza a pensar que hace algo agradable a Dios por el solo hecho de que la da culto al mismo tiempo que otras personas”.

En lo que se refiere a los sacramentos, Kant tiene una actitud totalmente negativa. Considera el bautismo como positivo solamente como iniciación a la comunidad ética cristiana. Salvo eso, “(el rito) en sí mismo no es ni santo, una acción que, realizada por otros, produzca en el sujeto, al mismo tiempo que la santidad, la capacidad de recibir la gracia divina; no es pues un  medio de gracia, a pesar de la excesiva importancia que se le atribuía en el origen de la Iglesia griega, cuando se creía que el bautismo podía borrar de una sola vez todos los pecados, lo cual revelaba de forma manifiesta el parentesco entre este error y una superstición casi más que pagana”.

Mientras que para Kant la fe se transfigura en el sentido de deber, para Hegel la fe se transfigura en la filosofía y la religión se hace puerta de acceso a la propia filosofía. Su pensamiento tuvo una influencia enorme en la formación de la conciencia del hombre contemporáneo, él es uno de los principales arquitectos de la modernidad. Además, numerosos  escritos de Hegel y de Marx (1818-1883), que bebió en las fuentes del primero, han influido en los pensadores de la Iglesia; pensamos, por ejemplo, en toda la teología de la liberación.

Hegel comenzó sus estudios universitarios como seminarista luterano, después salió del seminario y su mayor aspiración fue convertirse en un educador del pueblo, ambición que pudo realizar. Pensaba que la religión era instrumento más eficaz para transmitir sus ideas, y con él, la noción de comunidad jugará un papel fundamental: llegó a sostener que si no pertenecemos a una comunidad, ni siquiera podemos considerarnos humanos. Hegel desarrolló la idea de que en la existencia humana hay, además del gobierno y de la familia, una estructura que definió como sociedad civil-, campo de acción de la actividad económica moderna que permite a las asociaciones desarrollarse y prosperar.

Para Hegel la existencia de Dios es necesaria si queremos comprender el mundo en el que vivimos, pero –y es el nudo esencial de la cuestión-,el mundo en el cual vivimos le es necesario a Dios para ser verdaderamente Dios. Dios no desaparece todavía, pero lo que queda es un Dios reformulado a la luz de las necesidades de la comunidad. La teología protestante ha sido influenciada de forma particular por esta posición; pero esta funesta mentalidad también condicionado a los católicos, modificando la visión de Dios y del mundo.

El punto de entrada del idealismo hegeliano en la conciencia católica está constituido por la creciente conciencia de la importancia de las ciencias sociales, es decir de la sociología y de la psicología. El objeto de investigación de la sociología es la sociedad, y es en la sociedad, con arreglo a esta concepción, donde encontramos a Dios. La dimensión sobrenatural es destruida por completo.

Hegel sostiene que una comprensión adecuada de la vida ética no es posible si no se dispone de un estudio serio que describa la sociedad tal como es realmente. Y he aquí que Comte entra en escena. Este afirma que la humanidad tiene necesidad de rendir culto a alguna cosa: esta necesidad será utilizada para adiestrar a los ciudadanos de modo que obedezcan los preceptos de la nueva ciencia, pues será la única forma de acercarse a los intereses de los ciudadanos y animar su desarrollo personal. El sociólogo admite haberse inspirado en el sistema católico para crear su nueva “iglesia”, en la cual no existe fuera de la sociedad otro punto de referencia.

El mundo moderno es un producto del iluminismo, de la toma del poder por la ciencia, de la influencia de los filósofos que hemos mencionado, así como de las ciencias sociales. Todas estas fuerzas no se han agotado de ningún modo, sino que forman hoy parte de la conciencia común. Más las ideas que han contribuido a crear el mundo moderno se presentan como una madeja enredada: fuerzas ciegas que se oponen en una batalla nocturna, como afirmaba Newman.

La post-modernidad es la continuación y el agravamiento de los tiempos de la modernidad. Para algunos, es la toma de conciencia de que el mundo prefigurado por la modernidad no se ha realizado jamás.
Para otros es un farrago de interpretaciones salvajes y desordenadas, donde no hay criterios de medida, de significados ciertos, de identidad. Una ruidosa maraña.

Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha renunciado a la idea de que es una sociedad perfecta y de que tiene función de adversaria de los gobiernos seculares. Además, no tiene ya ese valor pedagógico que su misión le ha impuesto; sino que su obra se lleva a cabo al mismo nivel y en los mismos contextos que la de los Estados. Sin embargo esta visión de unión feliz entre Iglesia y Estado, donde se realizaría una recíproca fecundación enriquecedora, es de carácter puramente utópico, en la medida en que el mundo moderno sigue siendo víctima de la teoría y de la práctica del laicismo, mientras que la identidad de la iglesia tiene un insoslayable carácter de eternidad, sus reglas son inmutables y, por esa razón, siempre nuevas, puesto que son ajenas al tiempo que pasa inexorablemente con sus modas, en el pensamiento y en las costumbres. De ahí la esencialidad de la Tradición, de lo que nos ha sido transmitido. San Agustín afirma: “hay sacramentos que conservamos, no porque están escritos sino porque se transmiten”

Llega a decir: “Yo no creería ni siquiera en el Evangelio si no me fuese propuesto por la autoridad de la Iglesia.” Hay también esa definición agustiniana de la Tradición. “la verdad es siempre lo que, con verdadera fe católica, se predica y se cree por la Iglesia entera desde la antigüedad”, la cual se vincula, ante litteram, a lo que afirmará, más tarde,  San Vicente de Lernis (hacia 450) : “es verdadera y propiamente católico lo que fue creado en todas partes, siempre, por todos”. La Tradición es pues lo que se presenta como un consenso universal, desde la aurora de la Fe, y que no debe nunca alterarse porque es oro, y el oro debe conservarse. San Vicente declara: “Has recibido oro, debes entregar oro (…) no plomo, no bronce, en lugar del precioso metal”.

He aquí la definición de la Tradición que da Monseñor Gherardini : “ La tradición es la transmisión oficial, por la Iglesia y por sus órganos divinamente instituidos para ello e infaliblemente asistidos por el Espíritu Santo, de la divina Revelación en una dimensión espacio-temporal”.

La lex orandi debe enseñar la lex credendi. Tales son los elementos para el retorno a la sacralidad, tales son los cuidados que deben darse a una Fe que ha sido envenenada: volver a poner a Dios en su lugar, devolver al Santo Sacrificio su significado real y su dignidad, redescubrir la auténtica identidad del sacerdote, como alter Chistus, devolver a los sacramentos y a la gracia el espacio que se les debe.

Es un mundo en que ya no se comprende más que el lenguaje de la “experiencia”, y donde ya no existen certezas, sino solamente dudas y miríadas de interpretaciones, Newman viene en nuestra ayuda.

“Nos acercamos a la verdad gracias a la experiencia adquirida con el error; nuestros éxitos son el fruto de nuestros fracasos. No conocemos la buena forma de actuar, salvo después de habernos equivocado… Sabemos distinguir el bien únicamente de modo negativo: no vemos enseguida la verdad y nos dirigimos hacia ella, sino que tropezamos, elegimos el error y nos damos cuenta de que no es la verdad. Avanzamos a tientas, sin ver, y después de experiencias penosas una tras otra, agotamos gradualmente las acciones posibles hasta que no queda ninguna, salvo la verdad. Tal es el proceso que nos permite arrancar la victoria, caminando a trompicones hacia el reino de los cielos”.

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Cristina Siccardi.
 



1)   J. Ratzinger, Mi vida (titulo original: Ausmeinem Leben Erinnerungen 1927-1977), Madrid, ed. Ediciones Encuentro, 1997, pp.122-124.
2)   Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), Ante el protagonista. En los orígenes de la liturgia. Ed. Cantagalli, Florencia, 2009.
3)   Benedicto XVI, carta a los obispos que acompaña el motu proprio Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970, 7 de julio de 2007.
4)   Quaecumque dixero vobis. Palabra de Dios y Tradición cara a la historia y la teología, ed.Lindau, Turín, 2011.
5)   Citado por Robinson, Messa e modernitá. Un camino….., p.48.
6)   Robinson, Messa e modernitá. Un camino…..p.25.
7)   Citado por Robinson, Messa e modernitá. Un camino…., p.84.
8)   Ibid; p.84.
9)   Ibid; p.85.
10)                     Ep.54, 1,1.
11)                     Contra Julianum VI, 5, 11.
12)                     Commonitorum, II.
13)                     Ibid.
14)                     Gherardini, Quaecumque dixero vobis. Palabra de Dios y Tradición….
15)                     Parochial and Plain Sermons (1834-1843).


FUENTE: SI SI NO NO - REVISTA CATÓLICA ANTIMODERNISTA No 250 - MAYO 2013.

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