La
“neoteología” de Juan Pablo II empaña el dogma del pecado original
En su primera encíclica, Redemptor Hominis, del año 1979, Juan II mudó, valiéndose de un inciso de pocas palabras, la doctrina cristiana
constante sobre la naturaleza del hombre
y su relación con el Creador. En
efecto, se lee en el 13 de la encíclica que en el hombre <<
permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo>>. No se trata de una inserción casual; al
contrario, la encíclica desarrolla coherentemente las consecuencias de dicho
presupuesto, enunciado sin vacilaciones por el Papa. Pero ¿en dónde radica la
mudanza, si es innegable que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios?
La novedad consiste en la negación implícita de la consecuencia principal del
pecado original: la corrupción hereditaria de la
naturaleza humana, por la cual perdió el hombre la semejanza de Dios.
Citemos, para aclarar el problema, un texto
escrito en vísperas del concilio Vaticano II: < de su naturaleza: consiste en la beatitud de
la visión de Dios, que es superior a
todo conocimiento.
Para que alcanzara dicho fin, Dios le dio al
hombre vida sobrenatural de la gracia al crearlo.
Desde Adán perdió dicho don con el pecado
original, todos sus descendientes vienen al mundo desprovisto de la
gracia: se hallan en estado de pecado original.
Con la
pérdida del excelso fin sobrenatural sobrevino un desorden en el ordenamiento
Jerárquico de las distintas facultades del alma, de la inteligencia y la
voluntad, del apetito natural y la sensibilidad, las cuales, degeneradas
morbosamente de ahí en adelante, tienden desde entonces a fines particulares y
hunden al hombre en el sufrimiento de una incisión intima. Bien es verdad que
el bautismo borra el pecado original, pero no por ello desaparece la tendencia
al desorden (concupiscencia) sino que, por el contrario, la inclinación al mal
sigue siendo objeto de la lucha moral, en la cual el cristiano debe
desempeñarse como miles Christi (soldado de Cristo). Es posible alcanzar un
estado moral pleno con ayuda del don sobrenatural de la gracia, aunque de hecho
solo llegan a él unos pocos perfectos, los santos. El <>debe
crucificarse con Cristo en esta lucha, <>, para
resucitar como <>y <> (1).
Si la imagen y semejanza con Dios
permaneciera intacta en el hombre aun hoy, su naturaleza no estaría corrompida
ni se hallaría inclinada al pecado, por lo que la intervención de la gracia no
sería indispensable: la voluntad humana podría ser lo bastante fuerte como para
vencer las tentaciones por si sola y santificar al hombre, ganándole el paraíso
(2).
La novedad que introduce el Papa en la
tradición teológica contradice a un dato fundamental de la fe: la fragilidad de
la naturaleza humana y su tendencia al pecado, ambas confirmadas también por la
historia entera de la humanidad y por la experiencia personal de cada cual.
El
cristianismo considera al hombre como es realmente, no como a éste le gustaría
ser.
De ahí
que sea imposible que dicho hombre pecador conserve intacta su “semejanza” con
Dios, que el hombre caído se asemeje a Dios Además, si el hombre pecador
continuara pareciéndose a Dios, entonces
también Dios se asemejaría al hombre pecador, por lo que el pecado estaría en
Dios igual que está en el hombre: y puesto que Dios es la causa primera y el
origen de todo, el mal derivaría eternamente
de la naturaleza de Dios. Como
mínimo, podría inferirse de ello un
dualismo maniqueo de bien y mal en la divinidad.
El Génesis no abona en manera alguna esta
interpretación. Adán y Eva
desobedecieron una orden precisa de Dios, y el pecado de nuestros primeros
padres engendró una humanidad de pecadores. Yahvé- Elohim había advertido a
Adán<< De todos los arboles del paraíso
puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas,
porque el día en que de él comieses,
ciertamente morirás >>. El hombre quiso independizarse de su Creador
adquiriendo la ciencia del bien y del mal y <> (Santo Tomas).
Este pecado de “autonomía ética)” constituye el origen de todos los pecados y
errores futuros, porque el hombre, allende hallarse sometido a las tentaciones
de la carne y el espíritu, no es omnisciente y aprende poco a poco,
trabajosamente; al respecto refiere san Agustín lo siguiente:
<>: No es
menester ser cristiano para constatar las consecuencias de un humanismo
absoluto, en que el hombre sea” principio de sí mismo” y se considere fuente
infalible de la ley.
Por consiguiente, el castigo de nuestros primeros padres estribó en
abandonarlos a las consecuencias de su libre elección: al haber elegido la
autonomía ética se hicieron independientes de Dios y no
pudieron permanecer en su presencia en
el jardín del Edén.
¿Por qué Yahvé le dio al hombre le dio al
hombre libertad para elegir si
sabía que le desobedecía? Porque lo
había creado a su imagen y semejanza, es
decir, libre y responsable; aunque no lo hizo autónomo: el hombre debía probar
que merecía la libertad haciendo buen uso de ella, esto es, obedeciendo al
Padre, que es el Bien en sí, el Bien perfecto. Así el hombre no habría errado
jamás; pero, a despecho de la advertencia y la prohibición
de Yahvé, el hombre prefirió elegirse a si propio.
El Judaísmo
sigue firme en su error de negar el pecado original
El hebraísmo y el judaísmo no comprendieron
en absoluto el problema y se limitaron a interpretar literalmente las palabras
de Yahvé sobre el castigo de nuestros primeros padres: expulsados del paraíso
terrenal y arrojado a un mundo en el que había entrado la muerte por efecto de
su pecado, Adán debió ganarse el pan con el sudor de su frente y Eva parir con
dolor y vivir sometida a su marido. En compensación,
en medio del total extravió del género humano, Yahvé dicto a Moisés una ley
eterna, validad y obligatoria para todos. Según los hebreos, el justo, si
observa la Torá escrupulosamente, recibirá su recompensa en esta vida y en la
otra; dicho de otro modo, el justo halla en su naturaleza fuerza suficiente
para observar la ley y salvarse; la
gracia no es indispensable, por lo que a los hebreos les resulta inconcebible
la redención en el sentido cristiano.
Así pues, la antropología judaica es
optimista tocante a la naturaleza del hombre:
1-El pecado no debilitó la naturaleza de la
criatura de Yahvé,
2- y, La ley salva.
Tras diecinueve siglos de teología cristiana
la “neoteología” de Juan Pablo II da un giro de ciento ochenta grados y se
almea de hecho con los hebreos, sin preocuparse de las consecuencias derivadas
del desplazamiento del punto de partida de la historia de la humanidad. Los
hebreos, en cambio, no de mudan: siguen decididos a seguir la Torá y a no
seguir a Cristo, cuya necesidad no reconocen. Al decir de ellos, la alianza
entre Yahvé e Israel, único pueblo de Dios continua vigente porque nada ha
cambiado; antes al contrario, constatan con satisfacción que la que ha cambiado
es la Iglesia, visto que hoy les da la razón.
El Judaísmo, pues, mantiene su coherencia
interna, en cuya virtud rechaza a Jesucristo:<< Los intérpretes cristianos,
al adherirse al sentido literal de la narración del jardín del Edén – escribe Ben Zion Bikser (3)
sacaron de allí, según parece, la doctrina que enseña una depravación
fatalista. El pecado de Adán al comer el fruto del árbol de la ciencia se
entendió como contaminación del género humano, descendiente de aquél, a lo largo
de todas las generaciones que se sucedieran en el tiempo. En la concepción
hebrea falta dicho fatalismo […] El hombre dispone de la fuerza necesaria para
combatir la tentación, vencerla y hacerla cada vez más acepto a Dios […]
Según la narración Bíblica, el pecado de Adán
no deriva de un impulso sustancial de su naturaleza, sino de causas
accidentales, de una conspiración urdida contra él por un tentador eterno.
Es conforme a la razón- aclara rabi Kook- que
un error derivo a circunstancias accidentales sea susceptible de reparación, en
cuya virtud el hombre pueda recobrar definitivamente su posición elevada. La
narración de la caída de Adán expresa alegóricamente la necesidad constante del
hombre de abrir los ojos contra la tentación>>. Y además: <Jesús
sucedió en el mismo periodo de la destrucción del templo, los teólogos cristianos
elaboraron poco a poco la teoría según la cual Jesús era el sacrificio nuevo y
más perfecto capaz de obtener la gracia de Dios. Tal interpretación halla su
expresión más radical en la misa católica, cuyo significado central es el de la
renovación del sacrificio de Jesús, El sacerdote ofrece el cuerpo y la
sangre de Jesús, resultado
Hijos míos, no podemos comprender la bondad que Dios ha tenido con nosotros al
instituir este gran sacramento de la
penitencia.
Santa Cura de Ars.
De la transformación milagrosa del agua y del
vino: este sacrificio se repite a diario y constituye el único canal a
través del cual el hombre puede obtener
la gracia de Dios>>. (4).
Así la fe cristiana en el hombre-Dios, según
Ben Zion Bokser y todos los hebreos, es particularmente repugnante desde el
punto de vista de quien cree en un Dios uno, por lo que la muerte de Jesús no pudo haber sido exigida u
ofrecida como sacrificio expiatorio para la consecución de la salvación de la
humanidad. Lo único que pasó tras la destrucción del Templo fue que muchos
hebreos<< perdieron los nervios>>, sobre todo entre los discípulos
de Jesús. Paolo Sacchi observa, en la introducción al libro de Ben Zion
Bokser(5).
Que según la interpretación
cristiana,<>, Adán, al pecar, << pervirtió su naturaleza y, en ella , la
de todos sus descendientes, que se hicieron así masa de perdición. El hebraísmo
rechazo esta interpretación desde los primeros siglos de la era cristiana. Es
probable que no se hubiera planteado el problema con precisión antes de la
tomas de posición cristianas>>.
¿Una
Iglesia judaizante?
Lo que importa aquí es la conciencia que tienen
los hebreos de la importancia de una valoración exacta de las consecuencias del pecado original: si
la naturaleza humana sigue incorrupta y la ley salva, no es menester una
intervención ulterior y extraordinaria de Yahvé en la historia, con la
encarnación, la pasión, la Iglesia, la renovación diaria del sacrificio único
de Cristo, la gracia santificante…y, por último, hoy lo mismo que ayer, tampoco
es menester Papa alguno. Ben Zion Bokser
ha comprendido la lógica obligada e
modificable del cristianismo una vez se cree en la corrupción de la naturaleza humana a causa del pecado
original. ¿ Cómo puede un Papa sustraerse a esta lógica de la fe, en los
hebreos “nuestros hermanos mayores”
(título que les reconoce el Papa) en el sentido especifico de que sigue vigente la elección de que
fueron objeto, lo que los situaría en una posición de superioridad frente a
Dios en la guía de toda la humanidad?
Es menester interrogar a la encíclica,
examinando si aquel pequeño y grave inciso se justifica teológicamente.
En realidad Juan Pablo II no niega
abiertamente que el pecado corrompiera a la naturaleza humana y que por ello
hiciera indispensable la encarnación del
Verbo, pero enuncia una doctrina nueva
sobre el misterio de la redención, sin fundarla en las Escrituras, por otra
parte, y aún menos en la teología
católica. La encíclica se limita a citar al Génesis 1, 28, que hace
referencia a la vida de nuestros primeros padres antes de la caída; a san Pablo no se le cita,
al paso que la “autoridad” que se aduce no es otra que la Gaudium et Spes,
constitución pastoral sobre el mundo actual.
Juan Pablo
II, en línea con el Concilio
Juan Pablo II, en efecto, cita el Concilio
Vaticano II para desarrollar las premisas
de éste en apoyo de su
peculiar concepción de la redención, que cambia el sentido
de la historia al caminar la relación entre el hombre y Dios (6).
La encíclica cita, en el 13, la constitución
pastoral Gaudium et Spes (22) “El hijo de Dios en su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre”. (Las cursivas son de la
encíclica). Nótese que el concilio
se expresó sin precisión dogmática, con lo que introdujo un factor de
indeterminación e incertidumbre: la unión se verifica “en cierto modo”, pero ¿Cuál y con qué
consecuencias? Precisamente dicha indeterminación le permitió a Juan Pablo II
definir su concepción personal de la
redención en el texto que transcribimos integro a continuación:
<> porque todo hombre se halla
comprendido en el misterio de la
redención y porque Cristo se ha unido
con cada uno para siempre a través de dicho misterio.
Todo
hombre viene al mundo cuando se le concibe en el seno materno, nace de una
madre y se le confía a la solicitud de
la Iglesia precisamente con motivo
del misterio de la redención. Tal solicitud abarca al hombre
entero y se centra en él de una manera
absolutamente particular:
El
objetivo de dicha atención lo constituye
el hombre en su irrepetible realidad humana, en la cual permanece intacta la
imagen y semejanza con Dios mismo. Justamente a esto es a lo que hace
referencia el concilio cuando, al hablar
de tal semejanza, recuerda que el
hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma. (7). [no por Si mismo}>>.
Así
que, al decir del concilio, Dios quiso
que esta criatura excepcional, el hombre, tuviese la razón de su
existencia en sí mismo, no en el creador. Dios hizo al hombre
no sólo libre, sino también autónomo. << Se trata como alguien
puso de manifiesto – de una afirmación
absurda a todas luces e
incompatible con la noción misma de una creación divina de la nada, la cual
constituye un dogma de fe. Contiene un error teológico manifiesto porque Dios,
según se ha enseñado siempre, creó todas las cosas, al hombre inclusive, “por sí
mismo”, para su propia gloria, no a causa de un valor que poseyeran
intrínseca y, por ende, independientemente de Dios que las hizo>>.
(8).
A la Zaga
de las huellas del concilio, para el cual el hombre es, según parece, una criatura que
tiene su fin en sí misma, no en Dios, Juan Pablo II. Pudo afirmar que el hombre
sigue siendo imagen semejanza Dios. En
efecto, si el hombre había sido creado “por sí mismo”.
Es
decir, ´para su propio, ¿Por qué no habría debido actuar en armonía con su naturaleza, hacerse autónomo y
determinar libremente lo que está bien o está mal? Parece, pues, que la
serpiente no engaño a Adán y Eva cuando los tentó diciendo: < como Elohim, conocedores del bien y del mal>>
(Gn
3,5) De ahí que la manducación del fruto prohibido correspondiera, según eso, a
las finalidades y posibilidades de la criatura
y no pudiera determinar su perversión. En conclusión, el pecado no tuvo consecuencias para la naturaleza del
género humano.
El absurdo
de una redención inconsciente
De acuerdo con el concilio y arrancando
de este, sin más reflexión, Juan Pablo II puede seguir adelante con seguridad
para aclarar a su modo que no hay
contradicción entre la concepción cristiana del pecado original hereditario
y la afirmación de su
inexistencia en el hombre de hoy: < “eligió”,
desde toda la eternidad, tal cual lo llamó, lo destinó a la gracia y a la gloria: precisamente éste es “todo” hombre, el hombre más “concreto”,
“el más real”; este es el hombre en toda la plenitud del misterio del cual
se hizo participe en Jesucristo, un misterio del que participa cada uno de los cuatro mil millones de hombres que viven en nuestro
planeta desde el momento en que se les
concibe en
No penséis en el mañana, vivid “el
momento presente “, haciendo siempre el divino beneplácito.
San Pablo de la Cruz.
El seno materno>>. El 14 siguiente
llega al “por consiguiente “ y acaba de perfilar el concepto:<<(…) el
hombre- todo hombre, sin excepción alguna- fue redimido por Cristo, porque con
el hombre – con cada hombre, sin ninguna excepción- Cristo está unido de algún modo, aunque aquel no sea consciente
de ellos>>. Nos parece que aquí se condensa el significado de una
encíclica que subviértela lógica del cristianismo y, en cuanto está en su mano,
disuelve a la Iglesia.
En pocas palabras: se siguen, embrollan
y confunden diversos conceptos:
1-
El hombre de hoy es el que Dios quiso en el origen, a
despecho del pecado original.
2-
Eso es posible porque todo hombre, sin excepción alguna, ha sido redimido por Cristo.
3-
La redención se verifico y se verifica porque Cristo se ha unido, en cierto modo, a
todo hombre;
4-
Todo hombre esta redimido desde el momento en que se le concibe en
el seno materno, aun cuando dicho hombre no sea consciente de ello.
Con esta
sucesión de afirmaciones apodícticas (sin correlato alguno en las Sagradas
Escrituras, ni en la Tradición, ni en los dogmas, ni en la doctrinas ni en el
sentido común), Juan Pablo II se supone que explica por qué permanecen
intactas en el hombre la imagen y
semejanza con Dios mismo.
Así pues, la
redención de todo hombre se cumple ya en el momento de su concepción, aun
cuando él no sea consciente de ella (¿cómo podría serlo un embrión?), porque
Cristo se ha unido, “en cierto modo”, a todo hombre.
Esta
afirmación genérica y apodíctica no explica absoluto el modo de unión entre Jesucristo y el hombre, ni, por ende,
la redención. ¿Qué significa “redimido “para Juan Pablo II? La palabra es
sinónima de “salvado”, Así pues, todo hombre tiene garantizada la salvación eterna,
la visión beatifica de Dios en el paraíso, ya desde el instante de su
concepción por el mero hecho de haber
sido engendrado: concebido y redimido a
la vez, sin que el ponga nada de su parte.
Dada la
indeterminación de los conceptos de Juan Pablo II, resulta difícil saber a qué
llama él “redentor”, igual que conocer qué entiende por la locución “ en cierto
modo”, con que caracteriza la unión entre el hijo de Dios y el hombre. La única explicación
posible del pensamiento del Papa es que Cristo se une a todo hombre y lo redime porque, al encarnarse, asumió una
naturaleza humana que le fue brindada por la Virgen Maria Madre de Dios, y tal
hecho, al hacerle entrar en la historia de la humanidad, determinó, según
parece que la humanidad entera se le uniera hasta el fin de los tiempos.
Ninguna otra interpretación nos parece posible. (9).
Si éste es
el presupuesto fundamental del pensamiento del Papa (y ha de serlo por fuerza,
dado que no son posibles otras hipótesis), choca contra dificultades lógicas
insuperable. Mientras que la concepción de un hombre es un hecho natural, la
concepción de Jesús de Nazaret, en cambio, fue sobrenatural: una mujer, la
Virgen Maria, le proporcionó al Verbo la carne la carne que tomó, y se hizo
hombre verdadero por obra del Espíritu Santo; san José fue el padre putativo,
Dios Padre el padre verdadero.
El Verbo
entró a la historia como hijo de Maria, una hebrea descendiente de David, pero
sin dejar de ser el Hijo (natural) de Dios. Para que el hombre, a su vez,
llegue a ser hijo (adoptivo) de Dios, necesita un segundo nacimiento (éste
sobrenatural), que constituye el efecto
del bautismo (v, Juan 3,3-5).
Además, la encarnación, es decir, el abajamiento y la humillación del Verbo en la carne, no determinó
automáticamente la redención universal, sino que fue necesario que aceptara la
muerte de cruz de manos de los hombres
(vide Mt 20, 28; 56, 28-29; Denzinger S. pár.
790); tampoco nosotros resucitaremos con
Cristo si no aceptamos padecer con Él (Rom. 8,17). Por último, la universidad
añade a la redención objetiva, no a la subjetiva.
La redención (que, según dijimos, no se reduce
a la encarnación) es suficiente de suyo para salvar a todos los hombres,
mas, para que se salve cada hombre en
particular (eficacia subjetiva) es menester que coopere con la
gracia:<
La unión de
Cristo con los hombres, si hubiera sucedido
en el plano de la naturaleza, habría determinado solo un lazo genérico
de parentesco biológico, como el que se tiene en mente cuando se dice que todos
los hombres son hermanos por naturaleza y forman una familia. Pero ya en la
denominada familia humana la unión natural no basta para hacer posible la
comunión fraterna, porque todo hombre es irreductible a la especie natural.
Los hombres no son iguales porque no constituyen un producto de la
evolución de la materia en una especie natural (es el presupuesto materialista de
la democracia moderna).
Por el
contrario, la humanidad viviente se
halla fraccionada en miles de
millones de individuos, que no
constituyen una naturaleza colectiva, no se unen de manera natural, sino que se
asocian a lo largo de la historia (según valores, principios, intereses,
inmutables) en Estados, sociedades civiles, religiones, etc. etc. Y la historia
registra bastantes más conflictos que colaboraciones fraternales. Todo
individuo de la especie humana es una unidad fraccionaria, una parte que no
puede de ser el todo.
No hay unión en la carne en la Iglesia menos
que en ninguna parte: la unión con Cristo y con los demás miembros de la
Iglesia es una comunión sobrenatural de vida divina y una comunidad de bienes
sobrenaturales, misión de la Iglesia es conducir a todos los hombres por el camino de la
conversión y de la comunión en Dios, por lo que presumir que todo hombre ha
sido ya redimido sin que él lo sepa, sin la gracia y sin la Iglesia misma, es
negar la razón de ser de la propia Iglesia , es querer que ésta se suicide.
La doctrina ortodoxa de la Iglesia
La
encarnación, como asociación a la naturaleza divina de una naturaleza humana
particular en la persona única del Verbo, no determina la comunión automática
de toda naturaleza humana con la naturaleza divina, y ningún hombre se
redime en virtud de un mero parentesco
biológico.
Al
abajamiento y humillación del Hijo de Dios en la carne ha de corresponder un
proceso voluntario de ascensión espiritual
de todo hombre hacia Dios, en pos de Cristo, La encarnación no fue más
que el inicio de un proceso (la vida y muerte de Jesucristo) que le permite; a
todo hombre que sea consciente de él y
dócil a la gracia, divinizarse en el
bautismo por participación, tomar su cruz y seguir a Cristo. La Iglesia es una
comunidad de bautizados (es increíble que hoy se deban recordar los principios
elementales del cristianismo) y renueva cada día el sacrificio eucarístico (con el que todo bautizado crece
en su unión con Cristo comiendo su carne
y bebiendo su sangre) para remediar cada día las
Dos grandes
virtudes son necesarias para salvarse: la fe y la caridad; la fe es el comienzo
m de la vida, la caridad su
cumplimiento. Es necesario perseverar hasta el fin para ser admitidos en el
Reino de Dios; y los que corrompen la fe serán echados al fuego inextinguible.
San Ignacio Loyola
Consecuencias
actuales del pecado original. Así se había creído siempre al menos hasta que el
Novus Ordo Missae de Pablo VI decretó que << la celebración del Señor o
misa es la santa asamblea o reunión del pueblo de Dios que se congrega bajo la
presidencia del sacerdote para celebrar
el memorial del Señor>>. Así pues, la misa salida del concilio, a tenor
de las palabras citadas del artículo 7 originario, no renueva el sacrificio del
Señor, sino que se limita a celebrar su memoria.
¿Se quiso decir con esto que se había cobrado
conciencia de la inutilidad de la
renovación del sacrificio del Señor porque se había verificado ya la redención
universal subjetiva?
De una mala teología, un nuevo ecumenismo
La “neoteología” de
Juan Pablo II ha determinado la
acción política de éste en el mundo contemporáneo.
La unidad del género humano no puede
alcanzarse ya sólo en la Iglesia,
cuerpo místico de Cristo, porque existe
una unidad natural y mayor. La del género humano, en quien están presentes los semina Verbi [semillas del Verbo], que
fecundan a todas las religiones y las hacen instrumentos válidos de salvación.
La Redemptor Hominis recuerda oportunamente (12) que <Nostra
Aetate
>>. El bautismo ha dejado de ser condición indispensable para
borrar la mancha del pecado original, porque Jesucristo realiza a priori la
redención de todo hombre desde su concepción
en el seno materno. De aquí la “fe “en el dialogo, con el que se conoce
y se reconoce a todos los cristianos, acaso anónimos, y todos se salvan (10).
¿No recuerda
por ventura a la torre de babel este confuso sueño universalista? Más
sencillamente, se trata de la puesta al día de la Iglesia “renovada” en la
filantropía humanitaria del iluminismo,
de la masonería, de la Sociedad de Naciones de Wilson, de las Naciones Unidas
(11), cuyo tiempo ya está cumplido. La Iglesia, para renovarse y “ponerse al
día”, se precipita en el pasado, en el pasado peor, en el pasado más pasado.
Notas
(1)
La
religione cristiana, por Oskar Simmel; Enciclopedia Feltrinelli Fisher, 1962
Uomo , pag. 377.
(2)
En
tamaña perspectiva parece asomar el error de Pelagio.
(3)
Ben
Zion Bokser, IIGiudaismo, ed, II Mulino, 1969, págs. 167-168.
(4)
Op.
Cit, pag 233.
(5)
Op.
Cit, pag XV.
(6)
También
en la Declaración Dominus Jesus, del año 2001, Juan Pablo II se basó en un
texto del concilio para desviarse de la
doctrina recta sobre el pecado original y sostener la doctrina heterodoxa de la “ redención universal “, como puso de
relieve Johannes Doermann en si si no no
de abril 200, n 106 (edición española):
< (Col 1, 15) (…) es también el hombre
perfecto. Que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina,
deformada por el primer pecado”. Ahora bien, según la doctrina de la Iglesia,
la semejanza sobrenatural de Adán con Dios no se “volvió deforme “a causa del primer
pecado, sino que causa de dicho pecado, se perdió para la descendencia de Adán.
Si, por el contrario, tal semejanza con Dios no se hubiera perdido como
consecuencia del primer pecado, sino que tan sólo se hubiese “deformado”,
entonces la semejanza con Dios habría permanecido en el hombre aun después del
pecado original, aunque de una manera deficitaria. Pero tamaña doctrina no es
católica: no es más que una variante teoría heterodoxa según la cual la gracia
se da a priori a todos los hombres>>.
(7)
Gaudium
et Spes, 24. El Papa nos da en la encíclica, de hecho, la interpretación auténtica
de la afirmación del concilio.
(8)
Paolo
Pascualucci, política de Religione, Antonio Pellicani Editor. Roma 2001, pág.
59 (véase también Romano Amerio, Iota Umm, Madrid 1ra reimpresión 2003,
págs.180s).
(9)
Johannes
Doermann analizo el axioma de la redención universal, que constituye el
fundamento de la teología y de la acción política de Juan Pablo II, ( La
Théologie de Jean Paul II et 1 Esprit d´ Assise – volumen II, Tomo 1 – Redemtor
Hominis, Publicaciones del Courrier de
Rome, 1992), y cita el siguiente pasaje del 14 de la encíclica <<( …)
este hombre es la primera senda que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento
de su misión: constituye el camino primero y fundamental de la Iglesia, un
camino trazado por el propio Cristo, un camino que pasa inmutablemente a través
del misterio de la encarnación y de la redención>>.
Con
todo, al haber afirmado antes Juan Pablo II que “Jesucristo es el camino
principal de la Iglesia”, Johannes Doermann se pregunta cuál es el camino único
de la Iglesia: ¿Cristo o el Hombre? La solución estriba en la unificación de los dos caminos por efecto de la unión del
hijo de Dios con todo hombre, sin especificar en qué relación se hallan las
dos partes por efecto de la encarnación. << Para el Papa – escribe J. Doermann – esta unión es la revelación a
priori, según la cual todo hombre posee a priori la “existencia en Cristo” junto con su humanidad especifica e integral.
Por eso el hombre redimido constituye “la primera senda, la senda fundamental
de la Iglesia”. Y el fundamento de todas sus actividades. A la revelación a
Priori corresponde la revelación histórica a posteriori en Cristo. Esta
consiste en el hecho de que Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre”, es decir, lo vuelve consciente de su humanidad verdadera y profunda. Y
lo hace en la misma revelación del misterio del Padre de su amor >> De
ahí que concluya Doermann lo siguiente, tocante
a este punto: <<¿ de qué debería aun preocuparse la Iglesia si el
Redemptor hominis cumplió ya en
todo hombre, esencial y ontológicamente,
su obra sobrenatural? >> (págs. 172 y sgte). Así pues, parece que Juan
Pablo II ha 8unificado los misterios de la encarnación y de la redención en una acción única de Dios,
en virtud de la cual la vida, la enseñanza y la pasión del Hijo de Dios
encarnado constituyen una enseñanza, un ejemplo que ha ser imitado, y se
resuelven en una función pedagógica. De ahí que el presente estudio no se presente como una novedad; no hace más
que resaltar la importancia de aquella
palabra sobre la “imagen de Dios” que J. doermann citó en su contexto sin
parase a analizar
(10) Paolo Pascualucci op. Cit. Pag. 56s: < “Iglesia de
Cristo” la misión universal de ser “señal e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano”.
Al proceso de unificación (Exterior) del mundo, que se considera en vías
de realización, la Iglesia debe contribuir, según parece, haciendo que el mundo
consiga “también la plena unidad en
Cristo” (ivi y Gaudium et Spes. 42 “La promoción de la unidad “del género
humano, “concuerda con la misión intima de la Iglesia “) >>.
(11) El ataque radical al cristianismo se inició
precisamente con Rousseau, quien negó la depravación del hombre. La naturaleza
humana era para él fundamentalmente buena, sólo la civilización la había
corrompido al arrancar al hombre del
estado originario de bondad natural. Juan Pablo II y la Iglesia postconciliar
se hallan influenciados por la filosofía humanitaria, sentimental y falsa de
J. J.
Rousseau (puede que sin haberlo leído y, ciertamente, sin saber aprehendido
su complejidad). Le agregaron después,
en un sincretismo ideológico a lo M.
Homais, la fe iluminista y positivista en el progreso de la razón.
FUENTE: SI SI NO NO, AÑO XIV, No.142 REVISTA CATÓLICA ANTI-MODERNISTA, MAYO 2004.
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