1.1. Introducción
El
pentecostalismo es una herejía que ha logrado infiltrarse en la Iglesia con el
fin de debilitarla desde el interior. Va de la mano del modernismo, y también lo refuerza; los dos movimientos proceden de igual manera y se apoyan recíprocamente en este trabajo de
demolición. Ahora bien, si el modernismo intenta destruir la Iglesia en cuanto
a la doctrina, el pentecostalismo lo hace en cuanto al culto. Ambos se disfrazan
con piel de oveja; por eso su terminología es muy similar a la católica. Con
palabras piadosas y su proceder externo pueden engañar incluso a las personas
más cautas, y por ello es preciso escudriñar bajo ese ropaje: para
desenmascarar a los lobos rapaces que se esconden en su interior.
El
pentecostalismo es un movimiento subversivo controlado y cuidadosamente
dirigido por los enemigos ocultos de la Iglesia con el fin de llegar a su ruina
total. Promete a sus adeptos la plena experiencia del Espíritu Santo que
tuvieron los Apóstoles el día de Pentecostés, junto con algunos de los dones
externos que recibieron, especialmente los de lenguas, curaciones y
profecía.
A esta extraordinaria experiencia la llaman Bautismo del
Espíritu, que dicen transmitir y recibir
con la imposición de las manos, al estilo de otros ritos de
nuestra Santa Madre Iglesia.
Los
adjetivos pentecostal y carismático indican perfectamente el carácter de este
movimiento: pentecostal se refiere a la plenitud del
Espíritu Santo recibido en el primer domingo de Pentecostés, mientras carismático alude
a los carismas, o dones extraordinarios que acompañaron al don del Espíritu
Santo en aquel día.
“Después de que se hubiese orado, lo primero que se me ocurrió fue
arrodillarme, lo que es un gesto muy católico, para recibir su bendición y la
oración de las siete mil personas que estaban presentes” “¿Cuál es el problema?
A partir de esta terminología es que muchas personas se engañan, porque
entienden que el movimiento pretendesimplemente ofrecer plegarias
especiales e intensificar la devoción a la Tercera Persona de la Santísima
Trinidad; si estos fines, y los efectos consecuentes, fuesen verdaderos,
sobrepasarían con mucho los producidos por los siete Sacramentos instituidos
por Jesucristo.
Pero esto no es así; las pretensiones de este movimiento
transitan otros caminos, como veremos, por lo que el Movimiento
Carismático y la Iglesia Católica no pueden estar de acuerdo. Como
demostraremos en este trabajo, si la Iglesia es verdadera, entonces
el pentecostalismo es falso, y al revés, si el pentecostalismo es verdadero, la
Iglesia Católica es falsa; pero como la Iglesia Una, Santa, Católica,
Apostólica y Romana no puede ser falsa, se sigue que el pentecostalismo es falso y debe rechazarse, no sólo como un movimiento eclesial, sino como una especie
de secta, de pseudorreligión, que —lamentablemente— está infiltrada en el mismo
seno de la Esposa de Cristo.
Es menester examinar el movimiento desde distintos puntos de vista; al
hacerlo, será imposible evitar repeticiones que, sin embargo, nos ayudarán a
tener una idea lo más completa posible de este movimiento que toca los
fundamentos mismos de la piedad cristiana.
1.2. Una construcción sobre arenas movedizas
Doctrinalmente, el movimiento está construido sobre arenas movedizas. En
efecto, cualquiera que intentase analizarlo a la luz de la enseñanza infalible
de la Iglesia y de su tradición auténtica, se encontraría frente a algo
inasible.
El movimiento afirma fundarse en la experiencia personal y encontrarse
bajo la inspiración directa del Espíritu Santo, cosas ambas que nadie puede
controlar, y que los adeptos de esta organización se ocupan de hacer
indemostrables, a partir de considerar esa inspiración y esas experiencias como
incuestionables, por el mismo hecho de afirmarlas, transmitirlas y difundirlas.
Además, como dicen los carismáticos, un movimiento tan lleno de vida no puede
definirse y contenerse en los límites de fórmulas doctrinales; de ahí se sigue
que el Movimiento Carismático no
posee una doctrina sólida, sino sólo vagas afirmaciones, referencias
inconsistentes al Nuevo Testamento, y formulaciones provisionales. En
suma es una sombra evanescente.
Sus mismos jefes lo admiten. “Orientaciones
teológicas y pastorales sobre la renovación carismática católica” es
uno de los documentos más importantes del movimiento. Fue preparado en
Malinas, Bélgica, del 21 al 26 de mayo de 1974 por algunos “expertos”
internacionales, bajo la guía del Cardenal León Suenens, que
—como nos informa el documento— “tuvo parte activa en la
discusión y formulación del texto”(Prefacio). También se
dice que “el documento no es exhaustivo y se requieren ulteriores estudios
(…) esta afirmación representa una de las ideas más repetidas (…) el texto se
presenta como una tentativa de respuesta a las principales preguntas que
suscita el movimiento carismático” (Prefacio). En otras
palabras, los autores no saben qué es lo que son:
“ciegos guías de ciegos” (Mt. 15,14)
Cuando pasamos al texto, nos tropezamos con multitud de afirmaciones
vagas, medias afirmaciones, intentos de respuestas y opiniones. A duras penas
se hacen algunas distinciones; sin embargo las distinciones son justamente la
base y la fuente de cualquier argumento teológico; sin ellas es imposible distinguir
lo verdadero de lo falso, o la mera opinión, o una hipótesis, de la doctrina
segura.
Tómese, por ejemplo, el pasaje de la página 21 titulado: “La
experiencia religiosa pertenece al Testimonio del Nuevo Testamento”,
donde se afirma que:
“La experiencia del Espíritu Santo es
la contraseña de un cristiano y, en parte, con ella los primeros cristianos se
distinguían de los no cristianos. Se consideraban representantes, no de una
nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo. Este Espíritu era
un hecho vital, concreto, que no podían negar sin negar que eran cristianos. El
Espíritu les había sido infundido y lo habían experimentado individual y
comunitariamente como una nueva realidad. La experiencia religiosa, es preciso
admitirlo, pertenece al testimonio del Nuevo Testamento: si se quita esta
dimensión de la vida de la Iglesia, se empobrece la Iglesia”.
Sería difícil juntar en un párrafo
tantas verdades, falsedades y medias verdades.
El texto es escurridizo, suena como
algo piadoso y, para el ignorante, también convincente; pero en realidad es falso.
Es falsa la afirmación de que “los primeros cristianos se
consideraban representantes no de una nueva doctrina, sino de una nueva
realidad: el Espíritu Santo”. La verdad es que Cristo envió a los Apóstoles
a enseñar a todas las gentes. Ahora bien, enseñar es, ante todo y sobre todo,
aceptar y transmitir una doctrina; la experimentación es algo muy
subjetivo y por lo mismo sujeta a ilusiones o falsas sensaciones.
La “tesis de la experiencia y de la Fe” es la tesis de Lutero, no de Cristo, que vino “a
dar testimonio de la Verdad” (Jn. 18, 37) y que nos ha enseñado una
doctrina bien definida respecto del Padre, de Sí mismo y del Espíritu Santo; de
su Iglesia, de los Sacramentos, etc. Él exigía que su enseñanza fuera
aceptada con fe, “el que creyere y fuere bautizado, se
salvará; pero el que no creyere, se condenará” (Mc. 16,
16).
San Pablo escribió con duros
reproches a los Gálatas (1,8), porque se habían desviado de su primitiva
enseñanza y les decía que si él mismo o un ángel les predicase una doctrina
distinta de la que les había predicado al comienzo, debía ser considerado anatema. Los apóstoles y los primeros cristianos
estaban muy interesados en la doctrina, y muy poco en el sentimiento y en la
experiencia.
El resto del párrafo y todo el capítulo que trata de Fe y Experiencia
son una obra maestra de confusión. Tómese por ejemplo este pasaje: “el
Espíritu Santo fue infundido sobre ellos y fue experimentado por ellos
individual y comunitariamente como una nueva realidad”. Esto
implicaría, aunque los autores se cuidan de no comprometerse con una
afirmación categórica, que todos los cristianos de la era apostólica recibieron
la efusión del Espíritu Santo y tuvieron la misma experiencia que los Apóstoles
en el día de Pentecostés, con los mismos fenómenos místicos y milagros. Pero
esto es falso: no hay nada en el Nuevo Testamento, en los escritos de
los Padres, o en la enseñanza oficial de la Iglesia, que nos diga que sucedió
así.
El Nuevo Testamento, es verdad,
narra casos particulares en los que el Espíritu Santo
descendió de manera extraordinaria sobre algunos de los nuevos cristianos, pero
fueron casos raros y aislados. Incluso en el primer día cuando
fueron bautizadas tres mil personas (Hch. 2, 41-47), los primeros convertidos
de la Iglesia, no hay indicios de que se produjera algún milagro entre ellos,
sino solo la conversión. Es más; estaban atemorizados porque
veían a los Apóstoles realizar prodigios y milagros; y si tenían temor es
porque esas maravillas eran desacostumbradas y sólo realizadas por los
Apóstoles.
Además las palabras susodichas
confunden dos cosas distintas: la íntima paz y alegría, que
son propias de un verdadero cristiano (paz y alegría que sobrepasan todo
sentido y humana comprensión y que nadie puede arrebatarle), con la experiencia extraordinaria y mística, con
carismas maravillosos, concedida a los Apóstoles el día de Pentecostés y a
algunas almas privilegiadas a lo largo de los siglos.
Ocasionalmente Dios concede tales dones divinos a los hijos de los
hombres, pero en ningún modo se deben al hombre, ni han sido prometidos a todo
cristiano, ni son necesarios para santificarse.
1.3. Antecedentes y orígenes del pentecostalismo
Hoy día la Iglesia está siendo
criticada tácitamente en muchas de sus auténticas enseñanzas, sobre la base de
lo que la gente cree “nuevas” intuiciones y
“nuevas” doctrinas. En realidad no son nuevas, sino simplemente viejos errores revestidos con nuevas vestiduras,
nuevas sólo para aquellos (y son legión) que han olvidado el conocimiento del
pasado. El Antiguo Testamento afirma que “no hay nada nuevo bajo el sol” (Qo
1,9). Nada; ni siquiera el pentecostalismo.
Sería interesante esbozar el origen, el desarrollo y el carácter de las
herejías que desarrollan estos nuevos movimientos, pero esto nos llevaría
demasiado tiempo. Sin embargo, hay una cosa común a todas ellas: sus
fundadores y seguidores sostienen tener intuiciones especiales bajo la
enseñanza e inspiración del Espíritu Santo.
En el tiempo de San Pablo había
hordas de falsos profetas, que merodeaban afirmando hablar bajo la inspiración
o en nombre del Espíritu Santo y perturbaban a las comunidades cristianas de
reciente fundación. Después vinieron los gnósticos y fueron
los primeros herejes oficiales; se relacionaban con los Apóstoles, y San Juan escribió su Evangelio para poner en
guardia a los cristianos contra sus falsas doctrinas.
Un tipo particular de pentecostalismo
apareció en el siglo II; lo fundó un tal Montano, que afirmaba
hablar bajo la inspiración del Espíritu Santo. Él y sus seguidores sostenían poseer la plenitud del Espíritu Santo y sus carismas; en particular, afirmaban
poseer, como sus émulos modernos, el don de curaciones, de
profecía y de lenguas. Sus seguidores fueron innumerables,
lo mismo que hoy son innumerables las víctimas del pentecostalismo; y también
como hoy, entre sus víctimas hubo algunas situadas en puestos altos de la Iglesia y con capacidades
intelectuales poco comunes. El mismo Tertuliano, que escribió
brillantemente sobre la Iglesia Católica y la defendió contra sus enemigos,
finalmente cayó víctima del montanismo, se separó del Papa y fundó su propia
secta.
Los siglos XII y XIII
conocieron multitudes de activos puritanos que se
jactaban de tener una especial iluminación del Espíritu Santo;como los modernos
pentecostales, viajaban sin parar de un sitio a otro, predicando su propio
evangelio. Algunos sobreviven hoy, otros no han dejado
seguidores; podríamos citar los albigenses, los valdenses, los
cátaros, los pobres de Lyón, etc. Todos fundamentaron sus creencias
y prácticas extrañas en su interpretación particular, distorsionada y separada
del Magisterio, de las Sagradas Escrituras, e intentaron menoscabar y en lo
posible destruir a la Iglesia Católica.
Pero fue a Lutero a quien correspondió arrebatar a la
Iglesia naciones enteras. Lutero, un desviado sacerdote católico, sostenía que
él y sus seguidores poseían “la plenitud del Espíritu Santo”, a la
vez que la negaban de los Obispos, de los Papas e incluso como sostén e
iluminación de los Concilios Ecuménicos. De ahí que el protestantismo, por su
misma naturaleza, llegó a ser la cuna y el terreno de cultivo
del moderno pentecostalismo.
El moderno movimiento carismático o
pentecostal, de hecho, nació del Protestantismo en Carolina del Norte (Estados
Unidos); la fecha oficial de nacimiento fue el año 1892; sus
fundadores fueron el Rev. R. G. Spurling y el Rev.
W. F. Bryant, pastor bautista el primero, y pastor metodista el
segundo. El movimiento fue bien recibido por otras comunidades de signo
protestante contemporáneas a ellos.
Estos pentecostales afirmaban poseer
la misma plenitud del Espíritu Santo que los Apóstoles recibieron el día de
Pentecostés, junto con algunos carismas también otorgados a los
Apóstoles en esa ocasión, en particular los dones de
profecía, curaciones y lenguas. Como el resto
de sus hermanos protestantes, afirmaban que el Espíritu Santo interviene
directamente en la interpretación personal de la Sagrada
Escritura. Rechazaban también todos los dogmas, porque sostenían
que el Espíritu Santo inspira directamente a los fieles lo que es necesario creer para la salvación;
de allí que en el movimiento no hubiera lugar para ningún tipo de magisterio,
porque la piedad cristiana era vivida en forma personal, sin guías jerarquizados pero de manera
entusiástica, incluso con emotividad y exaltación extremas.
Era esperable que un movimiento de
este género se resolviera en el caos. Esto habría debido abrir sus ojos y
hacerles cambiar de camino, porque el Espíritu Santo no produce
el caos; en cambio, los pentecostales protestantes explicaron el
fenómeno diciendo que la confusión era inevitable en
un movimiento vivo y en expansión. Una mirada a
los organismos vivos en torno a nosotros les habría debido enseñar que la vida
sana se desarrolla armoniosamente y produce cosas buenas, mientras la vida que
se desarrolla caóticamente no puede producir más que monstruos y abortos de la
naturaleza.
La Iglesia Católica juzgó el movimiento por lo que era, y en el segundo
Concilio Plenario de Baltimore (Estados Unidos) los obispos católicos pusieron
en guardia a los fieles para no prestarle ningún tipo de adhesión. Prohibieron
a los católicos incluso estar presentes, aun por mera curiosidad, en los
llamados encuentros de oración.
La Iglesia, sin embargo, no conoció
un movimiento así en su interior por siglos, y los católicos se libraron del
contagio hasta 1966, cuando llego a la Iglesia por medio de dos
laicos, ambos profesores de Teología en la Universidad de Duquesne en Pittsburg Pennsylvania (Estados Unidos). Se
llamaban Ralph Keifer y Patrick Bourgeois; ellos leyeron,
releyeron y discutieron los dos libros sobre el movimiento pentecostal
protestante: “Cruz y la palanca de cambio“, del
pastor Wikerson y “Ellos hablan en lenguas”
del periodista J. Sherill.
En su deseo de reencender la llama de la Fe en los estudiantes
universitarios, pensaron erradamente que Dios ponía en sus manos un medio
providencial. En su lucha contra la apatía y la increencia de los universitarios,
tenían necesidad de aquel poder que creían que poseía Wikerson.
Estudiaron o reestudiaron durante dos
meses sucesivos; luego releyeron algunos pasajes de la Carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor, 12) y de
los Hechos de los Apóstoles que sirvieron como base
teológica al movimiento, y por fin se dirigieron a un grupo de oración
pentecostal protestante para recibir… El Bautismo del Espíritu.
Y así fue como el 13 de Enero de
1967, en un encuentro de oración, se impuso las manos a Ralph Keifer y a Patrick
Bourgeois, que recibieron el Bautismo del Espíritu junto
con el don exaltante de “hablar en lenguas“. Su entusiasmo se inflamó; convencieron
a los estudiantes de que probasen la misma experiencia, y en el siguiente
encuentro de oración el mismo Keifer impuso las manos sobre algunos
estudiantes, que súbitamente recibieron el Bautismo del Espíritu con varios
“dones extraordinarios”.
Desde entonces el movimiento se difundió ampliamente en toda la Iglesia
Católica. Ha ganado seguidores incluso entre Cardenales y Obispos, y
naturalmente atrae, como una calamidad irresistible, amillares de
religiosas, deseosas de experimentar lo que creen ser las emociones del
primer Pentecostés.
Pero es necesario subrayar todavía una vez más que no existe un
movimiento carismático “católico”. El movimiento no es católico, sino protestante. No ha nacido
en la Iglesia Católica, sino que fue importado a ella desde las sectas
pentecostales protestantes, en las cuales nació.
Es protestante hasta la médula: es
hijo de la herejía; llamarlo católico significaría decir que puede
haber un auténtico movimiento carismático católico y un auténtico movimiento
carismático protestante, como si el Espíritu Santo pudiera asumir roles
diversos según obre en la Iglesia Católica o entre las diversas sectas
protestantes.
Aunque durante dos mil años la
Iglesia no había conocido ningún Bautismo del Espíritu, y
aunque el movimiento provenga de la herejía, el fenómeno se ha extendido como
un incendio. ¿Cómo ha podido suceder una cosa así?
La respuesta, pensamos, es ante todo esta: el movimiento
carismático promete una conversión inmediata y una inmediata santidad.
Además es permisivo especialmente desde el punto de vista moral. ¿Quién
renunciaría a tan preciosos dones y a tan poco precio?
Para quienes presentan objeciones,
tienen una respuesta pronta y aparentemente convincente: “¿por qué pones objeciones? ¿Acaso no ves que muchos sacerdotes,
obispos e incluso cardenales y el Papa respaldan el movimiento? Es
claro que no hay ningún mal en ello“. Es evidente que el engaño
diabólico escondido en el movimiento carismático ofusca a la masa de
superficiales que van en busca del éxito clamoroso y de resultados inmediatos,
olvidando que el camino de la santidad auténtica y del apostolado eficaz y
duradero está hecho de abnegación, silencio,
mortificación, humillación, y también de aparentes fracasos: “Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, no produce
fruto” (Jn. 12,24)
Hay que advertir que si entre los
seglares y en algunas religiosas se puede presumir la “buena fe“, no es así en los eclesiásticos que
están en situación de comprender el diabólico fraude.
Algunos de ellos son demoledores de la Iglesia Católica demasiado
conocidos como para no sospechar otra de sus maniobras de destrucción.
El caso del reconocimiento pontificio está relacionado con la
buena disposición que existe actualmente para reconocer a los movimientos. Pero
aclaremos que al momento de solicitar la aprobación pueden presentarse
postulados “para ser aprobados” y luego en el marco de la actual desobediencia
que reina en la Iglesia hacer lo que quieran hacer.
Esto es fácil de comprobar al conocer
algunos postulados que, como veremos en los próximos capítulos, son insultantes
para con Dios, para con los Santos y para con la Iglesia. El Papa jamás aprobaría a un movimiento que
tuviera entre sus prácticas “perdonar a Dios” como los carismáticos. Nunca
jamás el sucesor de Pedro ha aprobado ni aprobará estas cosas jamás.
Algunos piensan que el propio éxito del movimiento habla a su favor;
sostener esto sería un grave error; la historia enseña que todos los
movimientos heréticos, particularmente en sus comienzos, recibieron
el respaldo entusiasta de muchísimos cristianos, incluso en las
alturas de la Jerarquía católica.
Aquí es necesario aclarar que criticar al Movimiento Carismático no es
estar contra el Espíritu Santo. ¿Cómo podría ser así?; el Espíritu Santo es la
misma alma de la Iglesia, el propio principio de su vida sobrenatural.
Si fuese posible demostrar que procede del Espíritu Santo, el Movimiento
Carismático tendría derecho a que todos lo apoyáramos; pero si no es así,
entonces estamos obligados a combatirlo hasta su destrucción, porque sólo dos pueden ser las
fuentes de su existencia: Dios o Satanás.
Si viene de Dios, todos debemos adherirnos a él; si viene de Satanás,
todos debemos combatirlo.
Ahora bien; cuando se lo examina a la
luz de la sana Teología, la
conclusión inevitable es que el pentecostalismo y por lo tanto el Movimiento
Carismático, aunque se autoproclame católico no viene del Espíritu
Santo (y por tanto viene de Satanás).
1.4. Pretendidos fundamentos escriturísticos
El movimiento busca su justificación
sobre todo en los capítulos 12 a 14 de la primera carta de
San Pablo a los Corintios. Pero la semejanza entre el
movimiento carismático – pentecostal y lo que acaeció en Corinto es sólo
superficial; los dos fenómenos concuerdan únicamente en que ambos pretenden
recibir del Espíritu Santo algunos carismas, como el don de lenguas, de
curaciones y de profecía. Difieren en el resto.
a) A diferencia del movimiento
carismático – pentecostal, en Corinto no hubo Bautismo del Espíritu, no hubo
imposición de las manos, no hubo tentativas de organizar encuentros
de oración o retiros con el fin de distribuir el Espíritu Santo.
b) De las cartas de San Pablo se
deduce con evidencia que el fenómeno no estaba generalizado en la Iglesia
apostólica, sino que estuvo limitado a Corinto, y que enseguida se comprobaron
muchos abusos. Por otra parte, no hubo ningún intento por parte de San Pablo o
de otro apóstol o discípulo de difundirlo en otros lugares, con el fin de
acrecer o sostener la piedad de los fieles. Por fin, los improperios de San
Pablo tuvieron el efecto de una ducha fría sobre el movimiento, que de
repente desapareció y no se oyó más hablar de él en la
Iglesia hasta 1966. Los pentecostales modernos, por su parte, no ahorran
esfuerzos para difundir el movimiento en todo el mundo.
c) En Corinto los católicos
hablaban “lenguas extrañas”, al revés de los pentecostales que
emiten “sonidos extraños” [mussitationes].
Eran verdaderas lenguas, si bien desconocidas a los presentes. Esto es
evidente por la “unánime interpretación de los Padres de la Iglesia” e
incluso por los repetidos reproches del mismo San Pablo: “Hay sin duda
muchas y diversas lenguas en el mundo y ninguna carece de significado; pero si
no entiendo el significado de la lengua seré extranjero para el que habla y el
que habla será extranjero para mí” (1 Cor. 14,10).
Además, San Pablo, dice que él mismo posee el don y que lo posee con más
plenitud que ellos (1 Cor. 14,19). Y así era justo que fuese, porque debía
predicar el Evangelio a diversos pueblos. ¿Cómo habría podido aprender tantas
lenguas tan rápidamente? Dios por lo tanto, obró en él el mismo milagro que
había obrado en los otros Apóstoles el día de Pentecostés.
Por el contrario, los
pentecostales – carismáticos emiten sonidos ininteligibles (mussitationes),
y el balbuceo no puede ser lenguaje de la Tercera Persona de
la Santísima Trinidad, que es Espíritu de suprema Sabiduría y Verdad.
d) Los pentecostales no tienen en cuenta los consejos de San Pablo, y
por lo tanto se vuelven inhábiles para recibir el Espíritu Santo.
De hecho, San Pablo, si bien no
prohíbe a los Corintios profetizar y hablar en lenguas, repite insistentemente
que el don de lenguas es el menos importante entre los carismas, y que no debe buscarse ansiosamente. Cuando se presente el
caso auténtico de una persona que habla en lenguas, debe hacerlo con discreción
y de manera decorosa, y en cuanto no haya nadie que comprenda o ningún
intérprete presente, debe callarse.
San Pablo pone en evidencia que el
fiel debería ambicionar no estos dones, sino más bien las grandes virtudes de
la Fe, de la Esperanza, y de la Caridad. Concluye
diciendo que “las mujeres deben callar en la asamblea”, porque
no les está permitido hablar, sino que deben estar sujetas, como dice también
la ley, porque “es indecoroso para una mujer hablar en la asamblea” (1
Cor 14, 34-35).
Los pentecostales, sin embargo,
fundándose insistentemente en la Epístola de San Pablo, no tienen en
cuenta los consejos y las normas prescritas en nombre de Dios, volviéndose así
inhábiles para recibir el Espíritu Santo y sus dones. De hecho anhelan
el don de lenguas y lo consideran como prueba irrefutable de la efusión
del Espíritu Santo. Las mujeres, pues, no sólo
hablan en la iglesia, sino que son las más activas en organizar
encuentros de oración carismática, en profetizar, en ver señales del Espíritu
Santo, en obrar curaciones (de su naturaleza y de su causa se hablará
enseguida) y en imponer las manos a todos.
Lejos de escuchar las palabras de San Pablo, los jefes del
movimiento hacen todos los esfuerzos para atraer a las mujeres; ellos intentan
justificar su abierta desobediencia a la Palabra de Dios afirmando que la
prohibición de San Pablo de permitir a las mujeres hablar en la Iglesia fue
sugerida a causa de las limitaciones que imponía la cultura en la
que vivían. Hoy la cultura ha cambiado radicalmente, y así, pretenden ellos, el
mandato de San Pablo no es actual; como de costumbre, los pentecostales
carismáticos tergiversan y malinterpretan la Sagrada Escritura para adaptarla a
sus propios fines.
La verdad es que en el mundo pagano, en los tiempos de San Pablo, había
muchas mujeres que pretendían profetizar y hablar en nombre de los dioses. Pero
San Pablo no tiene en cuenta las costumbres y hábitos culturales, sino que
apela a la ley de Dios: “como dice la ley” (ibídem).
¿Cuál puede ser, entonces el verdadero motivo, aunque oculto e
inconfesable, de todos los esfuerzos para persuadir a las mujeres de que se
adhieran al movimiento? Creemos que sucede porque se percatan de que, por su
naturaleza emotiva, las mujeres pueden ser manejadas más fácilmente que
los hombres para “creerse” movidas por el Espíritu Santo.
2) Los pentecostales se apoyan también en algunos episodios de los
Hechos de los Apóstoles, especialmente en la efusión del Espíritu Santo el día
de Pentecostés.
Buscan traer a la mente de todo
cristiano aquella gran experiencia mística: “¿por qué -dicen- hay que privar
a un cristiano de aquel don incomparable, tan necesario para una vida cristiana
ferviente?”.
La respuesta es la siguiente:
a) En el primer Pentecostés, la experiencia mística y sensible del
Espíritu Santo, junto con los carismas de lenguas, de profecía, de curaciones y
semejantes, no fue concedida a todos, sino sólo a los Apóstoles y,
probablemente, a los discípulos presentes en el Cenáculo. Ciertamente no
se concedió a los tres mil convertidos que fueron bautizados en aquel día; sin
embargo, los Apóstoles hablaban en una lengua, mientras que los oyentes
les oían cada uno hablar en su propia lengua. Obviamente los Apóstoles hablaban arameo con su acento galileo, pero la gente les oía hablar en
griego, en latín, en parto, en elamita, etc.; evidentemente, es del todo
distinto a lo que sucede en los encuentros carismáticos de oración.
b) Los pentecostales se remiten
también al capítulo 8 de los Hechos de los Apóstoles, donde se lee que en
Samaria el diácono Felipe convirtió y bautizó muchas personas. Cuando los
Apóstoles en Jerusalén oyeron lo que había sucedido en Samaria, mandaron
a Pedro y a Juan, que a su llegada impusieron las manos
sobre los nuevos bautizados, quienes recibieron el Espíritu Santo.
Obviamente se trata del
Sacramento de la Confirmación, cuyo ministro ordinario es el Obispo. Esta
es la interpretación constante de la Iglesia. Felipe, aunque diácono, hacedor de milagros, gran predicador, y que había administrado el Bautismo, no se atrevió a imponer las manos a sus
nuevos bautizados, porque esto estaba reservado a los Apóstoles, que eran
Obispos.
3) Otro episodio al que se remiten los carismáticos es la conversión de
San Pablo, cuando Ananías le impuso las manos diciéndole: “Saulo,
hermano, me ha enviado el Señor; a quien viste en el camino, para que recuperes
la vista y te llenes del Espíritu Santo”. Inmediatamente sucedió que
se desprendieron de los ojos de Pablo unas como escamas, y comenzó de nuevo a
ver (Hech. 9, 17-19).
Los carismáticos insisten en el episodio para justificar la
imposición de las manos practicada por ellos. Pero nuevamente estamos ante
una interpretación evidentemente errada.
Ananías
era probablemente sacerdote y, de todas maneras, no iba imponiendo las
manos a la gente para dar el Espíritu Santo; tuvo una visión y un mandato
especial para este caso particular: “vete a la calle estrecha y
busca en la casa de Judas a uno que se llama Saulo y que viene de Tarso” (Hech.
9, 11). Esto no tiene nada que ver con las pretensiones de los carismáticos.
4)
Además hay otros dos episodios a los que apelan los pentecostales:
a) El
primero es el episodio referido en el capítulo 19 de los Hechos de los
Apóstoles (vv. 1-7), cuando San Pablo encontró en Éfeso doce discípulos de Juan
Bautista. Después de haberles instruido sobre Cristo, los bautizó en el nombre
del Señor Jesús, y después que “les impuso las manos, el Espíritu
Santo descendió sobre ellos y comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hech.
19, 6). Pero esto es un caso más de administración de la Confirmación
por parte de San Pablo, que era Obispo.
b)
Otro episodio es la conversión a la Fe de Cornelio y de sus familiares: “mientras
Pedro hablaba todavía, el Espíritu Santo descendió sobre los oyentes. Los
fieles judíos que habían acompañado a Pedro se sorprendieron de que el don del
Espíritu Santo pudiese infundirse también sobre los paganos, toda vez que les
oían hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios” (Hech.
10, 44-46).
Una vez más es preciso rebatir con firmeza que esto constituya una
justificación del movimiento carismático. San Pedro no fue a Cesarea para
imponer y conferir el Espíritu Santo; fue llevado hasta allí a
través de una revelación especial, y el Espíritu Santo descendió
mientras les hablaba para instruir a los oyentes sobre Cristo y sobre su
misión. Dios obró un gran milagro, incluso antes que Cornelio y los suyos fueran bautizados,
porque eran los primeros gentiles en ser
acogidos oficialmente en la Iglesia y se necesitaba que le quedase bien claro a
todos los cristianos judíos, tan convencidos de la idea de que nadie fuera del
pueblo elegido podría entrar en el reino mesiánico, de que a partir de entonces
los gentiles serían invitados a participar de los beneficios de la Redención.
De vuelta a Jerusalén, San Pedro fue ásperamente criticado por
los judíos por lo que había hecho en Cesárea, pero él se defendió de sus
acusadores con estas escuetas palabras: “si, pues, el mismo don
otorgó Dios a ellos que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo,
¿yo quién era para poner vetos a Dios?” (Hech. 11,17).
Fuera
de estos textos citados, casi esporádicos, no hay ninguna otra prueba de que
semejante efusión externa del Espíritu Santo haya tenido lugar en la Iglesia
Apostólica, ni siquiera, como ya se ha
subrayado, el día de Pentecostés, cuando después de la predicación de San Pedro
tres mil personas fueron bautizadas.
Además, Cristo
jamás prometió tales experiencias místicas y dones extraordinarios a los
cristianos, ni dio disposiciones para transmitirlos por medio de ritos
particulares. Más exactamente, Él instituyó el Sacramento de la Confirmación,
que la Iglesia siempre ha administrado y a través del cual cada cristiano
participa en la efusión del Espíritu Santo.
La Confirmación, sin embargo, no confiere el Espíritu Santo con signos externos y milagros, tan ajenos al Espíritu de
Cristo, sino silenciosamente y de manera misteriosa, como los
otros Sacramentos.
Bautismo
del Espíritu
Durante sus dos mil años de vida, la Iglesia Católica jamás ha conocido
el “Bautismo del Espíritu“, tal como nos lo quieren
enseñar los pentecostales carismáticos; sino que ha enseñado, infaliblemente,
desde el Concilio Ecuménico de Florencia (1439) que la Confirmación es el
Pentecostés de todo cristiano; las palabras del Concilio son: “en la
Confirmación el Espíritu Santo se da para fortificar al fiel lo mismo que fue
dado a los Apóstoles el día de Pentecostés” (Denz. 697)
1.5.
El Bautismo del Espíritu
Como ya se ha dicho, el “pentecostalismo” y el
“carismatismo” eran desconocidos en la Iglesia, habiendo nacido
en el siglo XIX entre las sectas protestantes. Los dos seglares católicos Ralph Keifer y Patrick Bourgeois, que lo
Introdujeron en la Iglesia Católica, recibieron el Bautismo del
Espíritu de las manos de pentecostales protestantes; por lo tanto, su acción
FUE UN INSULTO A LA VERDADERA Y ÚNICA IGLESIA de Nuestro Señor Jesucristo y en
consecuencia, UNA AUTÉNTICA APOSTASÍA
Bergoglio recibiendo el ‘Espíritu’ de manos de pastores evangélicos, traición a la Iglesia.
Ellos,
con su acción, si no con las palabras, declararon que la Iglesia Católica no
estaba capacitada para darles el Espíritu Santo por medio de los Sacramentos,
los sacramentales, las bendiciones, el Sacrificio de la Misa, la Comunión, los
retiros, las peregrinaciones, etc. Por eso se sintieron constreñidos a buscarlo
fuera, entre los pentecostales protestantes, donde se encontraría fácilmente.
Ahora
bien, ¿cómo podía el Espíritu Santo comunicarse a tales personas? Si fuera así,
esto implicaría que la Iglesia Católica no tiene el derecho a decir que es la
única y verdadera Iglesia de Cristo; por consiguiente, si lo que afirma
el Movimiento Carismático es cierto, todo católico debería abandonar la Iglesia
y unirse a los pentecostales protestantes, que fueron henchidos del Espíritu
Santo mucho antes que la Iglesia Católica supiera algo de ello.
¿Cómo puede un católico buscar al Espíritu Santo en una Iglesia no
católica, sin negar implícitamente la unicidad de la Iglesia Católica?
Si el
considerado Bautismo del Espíritu fuese verdadero, sería en realidad un “Super
sacramento”, instituido, sin embargo, no por Cristo sino por los
hombres.
Naturalmente, los pentecostales “católicos” niegan
que sea un sacramento, pero esto se debe a la confusión e inseguridad que
invaden toda su enseñanza doctrinal. Insisten en la “experiencia”
y no están completamente seguros de la “doctrina”.
En esto los pentecostales protestantes son mucho más coherentes:rechazan el Bautismo de los niños y la Confirmación de los
adolescentes, y en su lugar predican un bautismo de fe para los adultos, que
debe ser seguido por el verdadero Bautismo del Espíritu.
Pero los pentecostales católicos no se atreven a rechazar estos
Sacramentos, porque sería una palmaria herejía;
sin embargo, a duras penas aluden a ellos en sus enseñanzas, y aquí y allá
hacen afirmaciones sorprendentes, ajenas a la Fe.
Tómese por ejemplo lo que dicen Kevin y Dorothy Ranaghan en
el libro “Pentecostales católicos”, que se considera
uno de los clásicos del movimiento:
“El Bautismo del Espíritu Santo es una parte fundamental de nuestra
iniciación cristiana. Para los católicos, esta experiencia es una renovación,
que hace nuestra iniciación concreta y explícita”. (HEREJÍA)
Es
difícil sondear la profundidad de los errores contenidos en estas líneas, pero aun
así, pueden ser detectados.
En
primer lugar, en esta afirmación se supone que el Bautismo del Espíritu
tiene un significado distinto según se sea católico o protestante, y
por lo tanto habría un Bautismo del Espíritu para los protestantes y otro para
los católicos.
Además,
si “el Bautismo del Espíritu Santo es una parte fundamental de nuestra
iniciación cristiana”, se sigue de ello que nadie es
auténtico cristiano si no lo ha recibido, porque le faltaría algo fundamental
en la vida cristiana.
Las conclusiones serían verdaderamente sorprendentes: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Asís, Santa
Teresa de Avila, San Francisco Javier, Santa Teresa de Lisieux, San Pío X, todos
los papas y los buenos cristianos anteriores a 1966, y posteriormente todos
aquéllos que rehusan recibir el Bautismo del Espíritu o
que simplemente no lo han recibido, no serían auténticos cristianos,
ya que estuvieron privados de algo fundamental en la vida cristiana.
Esto implicaría
también que habría una cristiandad dentro de la cristiandad, una
raza elegida dentro del pueblo de Dios.
Implicaría
incluso que durante dos mil años la Iglesia Católica habría privado a
sus hijos de la plenitud del Espíritu Santo. Se habría comportado con ellos
como una madrastra indigna, hasta que los pentecostales trajeron la
plenitud del Espíritu Santo al seno de la Iglesia.
¿Quién
podría medir las dimensiones de este necio y subyacente orgullo?
Los
pentecostales católicos niegan que el Bautismo del Espíritu sea un sacramento,
pero su negación la contradicen los hechos. Un sacramento, en realidad, es un
signo externo que produce la gracia. Ahora bien, el llamado “Bautismo
del Espíritu” tendría todos los elementos constitutivos de un sacramento: la
imposición de las manos seria el signo externo; la invocación al Espíritu Santo
sería la forma; la efusión del Espíritu sería el efecto.
Pero hay más. Si el “Bautismo del Espíritu” fuese verdadero, no sería un
simple sacramento, sino un “Super sacramento”,
muy superior a los otros siete reconocidos por la Iglesia, porque: a) no
produciría simplemente la gracia, sino una efusión de ella semejante en
plenitud a la producida el día de Pentecostés; b) además no produciría
solamente la gracia en el alma, sino también una milagrosa efusión externa; c)
por último, no produciría solamente la gracia interna y externa, sino que
conferiría también dones milagrosos, como el don de curaciones, de profecía, de
lenguas, etc.
TODO
ESTO, NATURALMENTE, ES CONTRARIO A LA FE.
De pasada se puede observar que los carismáticos no se muestran muy
interesados en los siete dones del Espíritu Santo, que
se dan a todos los cristianos en el Bautismo y en la Confirmación:
los dones de Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y
Temor de Dios. Es más, incluso en el caso de algunos sacerdotes
como el P. Darío Betancourt, uno de los líderes del
movimiento en América, los dones del Espíritu Santo adquieren características
nuevas y plagadas de mentiras.
Pero los
verdaderos dones del Espíritu Santo, son mucho más deseables que los
secundarios, como la sanación, la profecía, el don de lenguas etc., los cuales
no son necesarios ni para la salvación ni para conseguir un alto grado de
santidad, y que incluso podrían terminar en una terrible trampa, en cuanto
podrían conducir al orgullo espiritual.
Si lo
que los pentecostales afirman del Bautismo del Espíritu fuese verdad, ¿dónde
habría que colocar la Confirmación en la vida cristiana?
Los pentecostales católicos o Renovación carismática, evitan
la cuestión, y como no quieren negar abiertamente la Confirmación, la ponen
aparte. Ranaghan, en el libro citado “Pentecostales católicos”,
propone la cuestión en estos términos:
“Se puede estar más seguro de lo que quiere decir estar bautizado
en el Espíritu Santo, que de lo que quiere decir estar Confirmado”.(HEREJÍA)
¡No saben lo que quiere decir estar confirmado! Sin embargo la enseñanza inmemorial de la Iglesia es la infalible declaración del Concilio de Florencia en 1439, a saber: que “la
confirmación es el Pentecostés de todo cristiano”.
Incluso
—como veremos más adelante— algunos, como el ya mencionado Padre Darío
Betancourt (hereje suelto), afirman que aunque se recibe el Espíritu Santo en la Confirmación y
en el resto de los Sacramentos, EL ESPÍRITU SANTO ESTÁ COMO LIGADO,
FRENADO HASTA QUE EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU DE LOS CARISMÁTICOS, LO LIBERA DE
NUESTRO INTERIOR Y LO HACE SURGIR. (HEREJÍA)
El
dilema es por lo tanto inevitable: o el Bautismo del o en el Espíritu
es verdadero y la Confirmación es falsa, o por lo menos no necesaria; o la
Confirmación es verdadera y el Bautismo del Espíritu es falso.
No
pueden ser verdad las dos cosas.
Si un
laico, hombre o mujer, o una religiosa, al imponer las manos, pueden impartir
el Espíritu Santo junto con algunos poderes milagrosos, ¿qué necesidad tenemos
de los obispos o de los sacerdotes? ¡NINGUNA! Los pentecostales protestantes no tienen necesidad de ellos; ¿por qué
habríamos de tenerla los católicos?
Cualquiera podría objetar que esto es llevar las cosas demasiado lejos.
Además, los carismáticos dicen: “¿Qué hay de malo en la
imposición de las manos? ¿Es que cada cual no puede imponer las manos e invocar
al Espíritu Santo?”. [Nota: También se ha dicho ¿Cuál es el
problema?(Card. Bergoglio) ]
A la
primera objeción se responde que esto no es llevar las cosas demasiado lejos,
sino su lógica conclusión. Desgraciadamente los pentecostales siguen la “experiencia” y
no la “lógica”, y esto les vuelve sordos a la voz de la razón.
A la
segunda objeción se responde que todos son libres para invocar al
Espíritu Santo, pero no lo son para imponer las manos con el fin de
introducir a los fieles en el camino al que quieren llevarles.
Imponer
las manos denota autoridad: Los Patriarcas del
Antiguo Testamento imponían las manos a sus hijos para bendecirles. Cristo
imponía las manos sobre los Apóstoles para conferirles el Espíritu Santo. Los
Apóstoles a su vez, y después de ellos los Obispos y los Sacerdotes, imponen
las manos para consagrar y confirmar.
Pero ¿qué
autoridad tiene un laico para imponer las manos sobre otro laico, o lo que es
peor, sobre un Sacerdote, o sobre un Obispo O UN CARDENAL? ¿Quién les ha dado
esa autoridad?
NO
CRISTO, que ha establecido el
Sacramento de la Confirmación para conferir el Espíritu Santo; NI LA
IGLESIA, que no sabe nada del Bautismo del Espíritu; NI EL
MISMO ESPÍRITU SANTO, puesto que no hay pruebas en la Escritura o en la
Tradición de que haya conferido tal autoridad.
Y no
se objete que es un simple gesto que cualquiera puede hacer: no es un simple e
inútil gesto. Es un intento de acción “sacramental”, porque se hace
una petición fantástica (casi se podría decir sacrílega) para que, por medio de
ese gesto, se produzca una efusión extraordinaria del Espíritu Santo, con
experiencia mística y carismas muy superiores a los que pueden producir los
Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, del Orden, y verdaderamente de
cualquier otro Sacramento.
Los carismáticos dicen que la efusión milagrosa del Espíritu Santo se debe a la fe: ¿es que no ha dicho Cristo que
dondequiera que se reúnan dos o tres en su nombre, Él estaría en medio de
ellos? ¿No ha afirmado también que cualquiera que tuviese fe como un grano de
mostaza, sería capaz de obrar grandes milagros? ¿Por qué maravillarse entonces,
si los carismáticos obran cosas extraordinarias?
La
afirmación suena bien cuando no se examina de cerca.
Pero
en realidad Cristo prometió que estaría entre aquellos que se hallaran reunidos
en su nombre, pero tiene que ser en su nombre, esto es, entre
aquellos que se reúnen para pedir lo que agrada a Dios. Ahora
bien, Dios jamás ha prometido tales experiencias místicas, ni éstas son
de ningún modo necesarias para nuestra santificación. Dios nos pide hacer
uso de todos los medios ordinarios puestos a nuestra disposición: Confesión,
Sacrificio de la Misa, Comunión, otros Sacramentos, etc.
En
realidad la búsqueda de la experiencia extraordinaria implica que los
carismáticos no creen en el poder de los Sacramentos. Ellos ni
siquiera creen en la presencia del Espíritu Santo, a menos que, como Tomás, lo
sientan y lo toquen; y esto quedará certificado con las palabras del Padre
Darío Betancourt, como veremos más adelante.
Aquí
son oportunas las palabras de Cristo: “¡porque me has visto, has
creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Jn. 20, 29).
Parece que los pentecostales carismáticos han olvidado esta enseñanza de
Cristo.
1.6.
Examen de los pretendidos carismas
Levántate
y Anda
EL DON
DE SANACIÓN: – Al oír a los pentecostales o
carismáticos o de la renovación carismática o en el espíritu, parece que
estuvieran caminando sobre una alfombra esmaltada de innumerables milagros, que
exhiben como prueba segura del origen divino del movimiento. Sin embargo, para
aceptar como auténticas las curaciones milagrosas se requieren tres
condiciones:
a) Que
se excluyan todas las causas naturales capaces de obrar
una curación súbita, lo que no sucede por ejemplo en las curaciones
milagrosas reales o verdaderas del cáncero en la resurrección de los muertos.
b) Que
el supuesto milagro se someta a un examen atento por parte de médicos,
científicos y teólogos, como sucede por ejemplo en los milagros de Lourdes
o en los que se atribuyen a la Virgen y a los Santos.
c) Que
la sentencia final sea dada por la autoridad competente.
Ahora bien, estas tres condiciones no se dan en el Movimiento
Carismático o Renovación Carismática. Ellos creen en los milagros por
el simple testimonio de quienes dicen recibirlos; algunos “milagros” son de naturaleza trivial, otros de
naturaleza psicológica, otros no duran permanentemente. Además sería
necesario examinar las causas de cada milagro en
Francisco
impone las manos a un enfermo ¿oración de sanación? ¿Rito de liberación?.
¿Exorcismo? Amorth asegura que fue un exorcismo a un hombre a quien el había
practicado cuatro exorcismos. Todo ello cabe dentro de la imposición de manos
pentecostal.
Particular.
Hay
tres posibles causas:
1)
Dios: pero en este caso hay que establecer
que son verdaderos milagros, y en tal caso no debe haber ninguna traza de
orgullo, de ostentación o de autosatisfacción, muy presentes en el movimiento
carismático.
2) Procesos psicológicos: Por
ejemplo, se pone un gran énfasis en el hecho de que algunos convertidos han
abandonado su costumbre de beber; pero es notorio que los miembros de Alcohólicos Anónimos logran resultados similares por
medio de la ciencia profana y con tratamientos que incluyen técnicas
psicológicas, sin ningún recurso al “espíritu” invocado por los carismáticos.
3) El
demonio: – Puede, también él obrar
algunos “prodigios“, especialmente en una atmósfera cargada de
emotividad, atmósfera que es la buscada en esos encuentros
multitudinarios, que duran varias horas y donde se relatan testimonios y
anécdotas, con fondo de música percusiva, sincopada y fuerte; y el orador a los
gritos. Ante estas circunstancias se producen fenómenos de tipo
psicológico, a partir de los cuales incluso se llega a una disociación de
conciencia tan extrema que se liberan hormonas relajantes y que adormecen,
explicando así las desapariciones de síntomas de dolor, aunque no
disminuyan en nada las enfermedades.
El mismo Cristo nos ha puesto en guardia sobre esta posibilidad, por
cuanto nos ha avisado que vendría un tiempo en el que los falsos profetas
obrarían “milagros” o “prodigios” para engañar, si fuese posible, hasta a los elegidos. Como
el movimiento carismático se basa en falsas premisas doctrinales, le es
fácil al demonio infiltrarse y extraviar a las almas.
EL DON DE LENGUAS– Aunque ya hemos dicho algo de este argumento cuando examinamos la
primera carta de San Pablo a los Corintios, podemos añadir alguna
consideración, puesto que los carismáticos – pentecostales aprecian muchísimo
este “don”.
Hasta hace poco tiempo ellos lo han considerado como la prueba
definitiva de la efusión del Espíritu Santo. Esto implica como consecuencia que
al recibir los Sacramentos nosotros no podamos estar seguros de haber recibido
el Espíritu Santo, toda vez que no hay ningún fenómeno externo; ni siquiera en
Sacramentos como elBautismo, la Confirmación y el Orden, que
han sido instituidos justamente para conferir una especial efusión del Espíritu
Santo. En los Sacramentos, en efecto, nuestra única garantía es la fe sincera
en la promesa de Cristo, atestiguada por la infalible autoridad de la Iglesia,
aunque esta fe no se apoya casi nunca en el sentimiento o en la experiencia.
Contrariados
por tales objeciones, los pentecostales católicos dejaron de considerar estos dones
como la prueba de la efusión del Espíritu Santo. Ante tales contradicciones,
¿qué debemos pensar? ¿Con qué autoridad establecen ellos los criterios de su
fe? ¿Les indujo primero el Espíritu Santo a creer que el don de lenguas
es la prueba definitiva, y después que no lo es? ¿Puede el Espíritu
Santo estar sujeto a tales contradicciones?
Y si consideramos la naturaleza del “carisma“, nuestra
perplejidad no puede más que aumentar, porque las lenguas que dicen
hablar los pentecostales – carismáticos no son de hecho lenguas humanas. Son
lenguas extrañas, simples balbuceos de sonidos ininteligibles, (que algunos han
llegado a afirmar que era la “lengua o lenguaje de los ángeles“) a los que se
llama glosolalia. Ya hemos notado que las “lenguas extrañas” de que se
habla en los Hechos de los Apóstoles y en la primera carta a los Corintios eran
verdaderas lenguas, si bien desconocidas en su mayor parte a los presentes.
Los pentecostales, sin embargo, dan una explicación y hablan de la
posibilidad de orar “no objetivamente, de una manera pre-conceptual”.
Esta es la definición dada por Le Renouveau Charismatique (ver Lumen
Vitae, Bruselas 1974):
“La posibilidad de orar no-objetivamente, de una manera
pre-conceptual, tiene un valor considerable en la vida espiritual. Permite
expresar con medios pre-conceptuales lo que no puede ser expresado
conceptualmente. La oración en lenguas es a la oración normal como la pintura
abstracta, no representativa, es a la pintura ordinaria. La oración en lenguas
requiere un tipo de inteligencia que tienen hasta los niños“.
En primer lugar, no existe nada semejante en la Tradición de la
Iglesia, en la enseñanza de los grandes maestros del espíritu y de los grandes
místicos de la Iglesia. Y aunque Cristo ha enseñado a los Apóstoles y
a los primeros discípulos a orar y ha dado hasta una fórmula con la cual
expresar las propias peticiones, Él jamás ha orado de manera “pre-conceptual” y “no objetiva“, ni ha enseñado a sus
discípulos a hacer algo así. Este género de oración implica que los murmullos
no corresponden a la realidad objetiva, puesto que son no objetivos, y que el
Espíritu Santo es incapaz de expresar la realidad divina en el lenguaje
racional. PERO TODO ESTO ES FALSO. Los Profetas, Cristo,
los Apóstoles y después los Santos en el curso de veinte siglos, inflamados en
el Espíritu Santo, fueron capaces de expresar la más alta Verdad en lenguaje
humano. La expresión, lógicamente, es inferior a la
realidad, pero esto no se debe al uso de un lenguaje “no objetivo” o “pre-conceptual”,
sino al hecho de que cuando el hombre habla de la realidad divina,
necesariamente se expresa de forma analógica.
A este
argumento de los carismáticos, además, sería necesario plantearle ulteriores
interrogantes. Por ejemplo; ¿podría ser que, lejos de ser un don
del Espíritu Santo, el “hablar en lenguas” [mussitationes] fuera un fraude o
una manifestación de procesos psíquicos debidos a una explosión emotiva? Se
puede añadir que hay, al menos en algunos casos, otra posible fuente: Satanás,
que intenta engañar a los hombres remedando los milagros del primer
Pentecostés.
Otro fenómeno que hay que juzgar desfavorablemente es lamultiplicación de este milagro. Uno de los jefes
del carismatismo francés en 1978 decía que “en Francia el 80% de los
carismáticos pentecostales habla en lenguas” (Le Figaro, 18 de Febrero
1978).
¿ Así
es que los milagros suceden con esa frecuencia?
1.7.
Indiferentismo religioso
Como ya hemos recordado, el movimiento carismático “católico”pentecostal fue importado del
pentecostalismo protestante. Los pentecostales católicos lo han reconocido
agradecidos, y han llegado a considerar como auténtico el movimiento
pentecostal de los protestantes. Era lógico que fuera así, pues de otra manera
caerían en abierta contradicción con sus propios orígenes; en consecuencia, celebran sus encuentros de oración con los
protestantes de cualquier denominación y sin distinciones.
En
estos encuentros, cualquiera que haya recibido el don de ser “guía”puede
imponer las manos sobre cualquiera, sin preocuparse de la Iglesia o de la
secta a que pertenezca. Todos reciben dones supuestamente del Espíritu
Santo, hablan en lenguas, interpretan, profetizan y sanan.
Las diferencias doctrinales no son una barrera. Y así los católicos, que
deberían sostener que solamente ellos poseen la Verdad plena, no intentan iluminar a sus hermanos protestantes con la plenitud
de la Verdad que sólo se puede encontrar en la lglesia
Católica. En cuanto a los protestantes, lejos de admitir las justas
pretensiones de la Iglesia Católica, lo cual debería ser el resultado lógico de
una auténtica efusión del Espíritu Santo, afirman experimentar un conocimiento
más claro de la doctrina de sus respectivas denominaciones protestantes.
Tanto los carismáticos “católicos” como los
protestantes afirman trabajar, con rapidez y en espíritu de caridad y de mutua comprensión, por la unidad, que es la mira del movimiento ecuménico. Las cuestiones doctrinales
no se discuten, porque (como ellos dicen) buscan la unidad a “UN NIVEL MÁS
PROFUNDO”.
Con lo de “nivel más profundo” intentan
decir “nivel emotivo”, que confunden con el “amor sobrenatural“.
Sin embargo, el nivel emotivo es el más falaz.
Sólo la Verdad es el nivel más profundo, y en él la unidad es posible porque
Cristo vino a dar testimonio de la Verdad, rechazando
todas las componendas con el error y la ambigüedad. Él ha dado su vida por la
Verdad; si la Verdad no es aceptada y confesada plenamente, el amor sobrenatural y la unidad son imposibles.
El
movimiento carismático, por tanto, está destinado a hacer naufragar la
esperanza del ecumenismo, ya que ninguna unión será posible en tanto nuestros
hermanos protestantes —o de otras confesiones— no acepten la plena potestad de
fe y de gobierno de la Iglesia Católica.
Es notorio también que algunos jefes carismáticos han hecho
afirmaciones, y han tomado posiciones, que difícilmente se pueden conciliar con
la doctrina católica. Así por ejemplo, Kevin Ranaghan (quien
junto con su mujer Dorothy ha recibido
el Bautismo del Espíritu, ayuda al Card. Suenens a organizar el movimiento en todo el
mundo, y ha escrito “Pentecostales Católicos“, que
se considera un clásico en el tema) con ocasión de la Encíclica Humanae Vitae
(1968) sostiene, contra la enseñanza del Papa Paulo VI, el derecho al
control de los nacimientos.
¿Cómo
podría el Espíritu Santo inspirar una cosa al Papa y otra a Kevin Ranaghan?
¿O
quizás él tenía razón y el Papa estaba equivocado?
Todavía más: en la página 4 de su libro “Pentecostales Católicos”, Kevin,
citando “La Cruz y el puñal” de David Wilderson, escribe:
“estas palabras muestran claramente que Cristo recibió el Espíritu
para que pudiese ser Mesías y Señor”.
¡Sin embargo, esto es una herejía! Porque Cristo no recibió el Espíritu
Santo para ser Mesías y Señor, sino que era las dos cosas desde su concepción,
a causa de la Unión Hipostática.
INCREÍBLEMENTE,
ES LO QUE TAMBIÉN AFIRMA EL PADRE DARÍO BETANCOURT COMO VEREMOS MÁS ADELANTE, Y
QUE LO HACE CAER EN LA HEREJÍA.
Tómese también la afirmación de la página 250, relativa a los promotores
de una “auténtica vida de Fe“. Kevin cita no sólo
a San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola y San Francisco de
Sales, sino también a Joaquín de Fiore (cuyos errores fueron
condenados en 1215), George Fox (fundador
de los cuáqueros protestantes), John Wesley (fundador
de los metodistas) y el ¡Telepastor Billy Graham!
Por
ello, según Kevin Ranaghan,
“el
Espíritu Santo no hace diferencia entre la Iglesia Católica y las varias
denominaciones protestantes, sino que trabaja igualmente en todas,
despreocupándose de lo que creen y enseñan. “
1.8.
Demolición de la ascética cristiana
Si
pasamos de la teología especulativa a la ascética, tal como ha sido enseñada y
vivida por los Santos, descubrimos que el movimiento carismático no sólo está
privado de los requisitos fundamentales de una verdadera ascensión a Dios, sino
que incluso le es perjudicial.
Arruina la humildad y favorece el orgullo – La humildad es el fundamento y la
fuente de todas las virtudes; el orgullo es la fuente de todos los pecados; la
humildad es la virtud de Cristo, de María Santísima y de los Santos; el orgullo
es el vicio de Satanás y de sus secuaces. El orgulloso está lleno de seguridad
en sí mismo y de autoconfianza, busca lo sensacional y lo
ostenta como virtud; el humilde, en cambio, busca el último
puesto, evita lo sensacional y extraordinario, tiene miedo de engañarse y
se considera indigno de los dones extraordinarios. Si Dios le da estos dones,
los acepta con temor y temblor, incluso pide al Señor que se los quite y le
lleve por la vía ordinaria; los esconde lo más posible, y si a veces,
constreñido por la obediencia, debe hablar, lo hace con extrema repugnancia y reserva.
Es
exactamente lo opuesto de lo que les sucede a los carismáticos: desean dones
extraordinarios, particularmente los que impresionan los sentidos, como el don
de lenguas [mussitationes], el de su interpretación, y el de curación.
Mientras el humilde implora “¡No a mí, Señor, no a mí!“,
el pentecostal se pone en primer lugar con atrevimiento y dice con los hechos,
sino con las palabras: “Heme aquí, Señor; haz que yo
tenga la experiencia mística de Tu presencia, que hable lenguas, que yo tenga
el poder de conferir el Espíritu Santo en el momento y ocasión que considere
oportuno, que yo profetice, que yo cure a las personas en cualquier
parte”.
Y cuando cree haber recibido el Bautismo del Espíritu, el carismático
prosigue con atrevimiento imponiendo las manos, clamando al Espíritu Santo y
confiriéndolo; y sí alguna vez el Espíritu “se retrasa“, él
insiste histéricamente: “¡Espíritu Santo, baja, tienes
que bajar!”.
Expone
al alma al autoengaño – Alimentando un morboso
deseo de lo sensacional, el movimiento crea una atmósfera sobrecargada de
emoción, y que, por lo tanto, expone al autoengaño; declara, en efecto, que la
experiencia personal es la suprema prueba de la efusión del Espíritu Santo.
Sin embargo esto es contrario a la enseñanza de Cristo, que dijo que el cumplimiento de la Voluntad de Dios es el único
criterio seguro de estar en la vía de la salvación: “No todo
el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre Celestial, este entrará en el Reino de los Cielos”
(Mt. 7,21)
Frecuentemente,
¡qué penoso y difícil es hacer la voluntad de Dios! El corazón está seco,
la voluntad es débil y la carne molesta; sin embargo, hacer la voluntad de Dios
en estas circunstancias, es gran perfección.
Jesús llegó hasta a excluir que los dones extraordinarios fueran un
signo seguro de salvación, mientras que los pentecostales y carismáticos los
consideran como una prueba irrefutable de la autenticidad de su experiencia.
Estas son las palabras de Jesús: “muchos me dirán en aquel
día: ‘Señor, Señor; ¿es que no hemos profetizado en tu nombre y no
hemos expulsado los demonios y hecho milagros en tu nombre? Entonces
les diré: ¡No os conozco, alejaos de mí, obradores de iniquidad!” (Mt
7 22 23)
La experiencia, siendo muy subjetiva y la más débil de todas las
pruebas, está extremadamente expuesta al autoengaño. Basta estar presente en los momentos culminantes de
los encuentros de oración de los carismáticos. Lo que sucede muy
frecuentemente en estos momentos es desconcertante, y en lugar de inducir al
espectador honesto a reconocer la presencia de la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, le induce a temer que otro “espíritu” esté
en medio de ellos, espíritu que goza al poder engañar tan fácilmente a
los hijos de los hombres y conducirlos sin esfuerzo a un reino
donde Cristo no reina.
En torno a este aspecto del movimiento carismático, he aquí lo que
escribe un autor francés, Henri Caffarel: “sería inútil recoger aquí ejemplos, pero es claro que normalmente,
por la excitación que domina en esta asamblea, se está muy cerca del histerismo
colectivo y los jefes son evidentemente incapaces de canalizar las explosiones
emotivas. En algunos casos no se puede estar seguro de sí se está todavía en
los límites de una auténtica vida cristiana, o si ya se roza la superstición y
la magia. El Maligno, ciertamente… ¡recoge su cosecha!” No es difícil comprender que estas asambleas amenacen
seriamente la fe de las personas, su vida espiritual y su equilibrio psíquico.
También se comprende que den origen a falsos profetas y sanadores, como
aquellos de quienes habló Cristo cuando dijo: “Guardaos de los falsos profetas
que vienen a vosotros con vestiduras de corderos, pero por dentro son lobos
rapaces’ (Mt.7,15)”.
Todavía más: Ralph Martin, director
del Movimiento Carismático, en su libro “A menos que el Señor construya
la Casa“, expone el problema en términos más sangrantes: “demasiados van más allá de los límites de la moralidad, ya
que se crean relaciones personales entre sacerdotes, religiosas y laicos que
tristemente degeneran del plano espiritual a un nivel puramente natural
y sensual. El ágape degenera en el eros“.
No
pocas veces la Imposición de Manos de los Carismáticos culminó en lascivas y
lujuriosas situaciones de toqueteos sexuales.
Es
contrario a la experiencia de quienes han vivido espiritualmente – La enseñanza y la práctica de los carismáticos – pentecostales contradice
el ejemplo de los Santos, particularmente de los grandes místicos, (a
pesar de citarlos constantemente como inspiradores de las técnicas que ellos
ponen en marcha). Los Santos constantemente temían ser engañados por el
demonio, desdeñaban los fenómenos extraordinarios, y pedían al Señor con
insistencia el mantenerlos en la vía ordinaria.
Para evitar autoengañarse, se confiaban ordinariamente a expertos directores espirituales, y frecuentemente
recibían ayuda providencial del mismo Dios. Les declaraban hasta los más
insignificantes sentimientos de su corazón y obedecían heroicamente a lo que
les mandaban. ¿Se puede imaginar a Santa Catalina de Siena, Santa
Teresa de Ávila, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola,
recorriendo el mundo haciendo ostentación de sí mismos, en su reconocido
carácter de auténticos dispensadores del Espíritu Santo?
La enseñanza y la práctica carismática contradicen también la explícita
enseñanza de los grandes maestros de la vida espiritual y
de los Doctores de la lglesia, que constante y unánimemente
enseñan que las verdaderas virtudes que hay que pretender son la humildad, la mortificación, el amor de la humillación, el
aniquilamiento de sí mismo, la vida escondida, el evitar la
singularidad y la ocasión, para que el orgullo no nazca en el corazón.
San Juan
de la Cruz resume así esta doctrina: “POR
TANTO DIGO QUE DE TODAS ESTAS APRENSIONES Y VISIONES IMAGINARIAS Y OTRAS
CUALESQUIERA FORMAS O ESPECIES (…) AHORA SEAN FALSAS DE PARTE DEL DEMONIO,
AHORA SE CONOZCAN SER VERDADERAS DE PARTE DE DIOS, EL ENTENDIMIENTO NO SE HA DE
EMBARAZAR NI CEBAR EN ELLAS, NI LAS HA EL ALMA DE QUERER ADMITIR NI TENER PARA
PODER ESTAR DESASIDA, DESNUDA, PURA Y SENCILLA” (Subida al Monte
Carmelo. Lib II. Cap. 16).
Es
exactamente lo opuesto de lo que hacen los carismáticos.
Los carismáticos abandonan la Cruz– El movimiento se concentra en la celebración de la “alegría” del espíritu. No hay lugar en el movimiento
para la agonía del Getsemaní, los tormentos de la Pasión, las
noches del alma que resaltan en la vida de los Santos; como la
noche tan profunda que arrancó de los mismos labios de Cristo el grito de
indecible dolor: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Porqué me has abandonado?” (Mt.
27,46).
Los carismáticos deberían saber que la santidad no consiste en la alegría, sino más bien en el sufrimiento. Cristo ha llevado a sus Santos,
particularmente a los grandes místicos, a las alturas de la santidad no
precisamente por el camino de la alegría, sino por un inenarrable dolor,
porque la esencia del amor no es la alegría, sino el sufrimiento: “quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame” (Mt. 16,24) [Nota: La Iglesia sí está para decir también no, o levantar muros o para alentar alos
que sufren y por ello tienen cara avinagrada, aunque interiormente
tengan la alegría de la Cruz de Cristo que es muy poco
bulliciosa y compatible con el sufrimiento de Getsemaní]
La
auténtica celebración de la alegría está reservada para el cielo.
Es indicio de mayor perfección decir “que se haga tu Voluntad”
en la agonía de Getsemaní, que en la alegría de Pentecostés.
1.9.
Conclusión de la Primera Parte
Hemos
examinado, con objetividad y sinceridad, el Movimiento Carismático desde
distintos puntos de vista, y lo hemos encontrado frágil, contradictorio,
erróneo y pernicioso. Pero en medio de la multitud, el clamor, el
dinero que movilizan y el alboroto suscitados por el Movimiento, es
difícil hacer prevalecer la voz de la recta razón.
Vivimos una época delirante, en que la enseñanza y la tradición de la
Iglesia son abiertamente atacadas o postergadas con desprecio. Parece que han llegado los tiempos
profetizados por San Pablo a Timoteo:“cuando no soportarán la sana
doctrina, antes a medida de sus concupiscencias tomarán para sí maestros sobre
maestros, con la comezón de oídos que sentirán, y por un lado desviarán sus
oídos de la verdad y por otro se volverán hacia las fábulas” (2
Tim. 4,3-5)
San
Pablo nos invita a examinar todo, a retener lo bueno, a rechazar lo malo.
A LA
LUZ DE LA SANA TEOLOGÍA Y LA TRADICIÓN, EL MOVIMIENTO NO SE CALIFICA COMO COSA
BUENA: PARTE DE PRETENSIONES FANÁTICAS, MINA LA FE, INDUCE A LAS ALMAS A UN
FALSO MISTICISMO, Y LAS CONDUCE A TRAVÉS DE LA CREDULIDAD Y EL ORGULLO OCULTO,
A SATANÁS.
Por tanto está plenamente justificado el juicio del Arzobispo Robert Dwyer, cuando dijo: “Juzguemos
el Movimiento Carismático como una de las orientaciones más peligrosas de la
Iglesia en nuestro tiempo, estrechamente ligado en espíritu con otros
movimientos destructivos y separadores que amenaza con grave daño a su unidad y
a innumerables almas” (Christian Order, mayo 1995, pág. 265).
Autores
varios Revista SI SI NO NO Ed. It
Quien se atreva a cuestionar los disparates a repetición que viene lanzando lo más campante este hombre desde hace ya cuatro larguísimos años, sepa que será automáticamente considerado por los adalides del sistema como un intolerante incurable y un peligroso « integrista », incapaz de frecuentar las « periferias existenciales » y de entregarse a la enriquecedora experiencia de la «cultura del encuentro»
Un propulsor destructivo de la fe con la protestantización de la Iglesia desde Paulo VI , es indudablemente Bergoglio con su frase iscariote favorita:
SI NO HAY MISA, ¡VAYAN CON LOS ANGLICANOS!
Francisco en el Vaticano recibiendo la bendición
del « arzobispo » anglicano hereje Justin Welby
del « arzobispo » anglicano hereje Justin Welby