domingo, 28 de junio de 2015

MISAS DIFERENCIADAS : PARA EL CONOCIMIENTO DE HOY

Señoras, señores:

Esta tarde hablaré de la misa evangélica de Lutero y de las semejanzas asombrosas del nuevo rito de la misa con las innovaciones rituales de Lutero.


¿Por qué estas consideraciones? Porque la idea de ecumenismo que ha presidido la Reforma litúrgica –al decir del mismo presidente de la comisión– nos invita a ello, ya que si está probado que existe realmente tal filiación del nuevo Rito, el problema teológico, es decir, el problema de la Fe, no puede no ser planteado según el adagio bien conocido Lex ordinari, lex credendi.

Por tanto, los documentos históricos de la Reforma litúrgica de Lutero son muy ilustrativos para iluminar la Reforma actual.

Para comprender bien cuáles fueron los objetivos de Lutero en esas Reformas Litúrgicas, debemos recordar brevemente la doctrina de la Iglesia relativa al sacerdocio y al Santo Sacrificio de la Misa.

El Concilio de Trento en su XXII Sesión nos enseña que Nuestro Señor Jesucristo, no deseando con su muerte poner fin a su sacerdocio, instituyó en la última Cena un Sacrificio visible, destinado a aplicar la virtud salvadora de su Redención a los pecados que cometemos cada día. A este fin estableció a sus Apóstoles –a ellos y a sus sucesores– como Sacerdotes del Nuevo Testamento, instituyendo el Sacramento del Orden, que marca con un carácter sagrado e indeleble a estos sacerdotes de la Nueva Alianza.

Este Sacrificio visible se realiza sobre nuestros altares mediante una acción sacrificial por la cual Nuestro Señor, realmente presente bajo las especies de pan y vino, se ofrece como Víctima a su Padre; y es por la manducación de esa Víctima que comulgamos la carne y la sangre de Nuestro Señor, ofreciéndonos también en unión con Él.

Así entonces la Iglesia nos enseña que:

El sacerdocio de los clérigos es esencialmente diferente del de los fieles, que no poseen el sacerdocio, pero forman parte de una Iglesia que requiere indiscutiblemente un sacerdocio. A ese sacerdocio le conviene profundamente el celibato y una distinción externa de los fieles, como lo es el hábito sacerdotal.

El acto esencial del culto realizado por ese sacerdocio es el Santo Sacrificio de la Misa, diferente al Sacrificio de la Cruz únicamente por el hecho de que éste es cruento y el otro incruento, y se cumple por un acto sacrificial realizado por las palabras de la Consagración y no por un simple relato, memorial de la Pasión o de la Cena.

Es por este acto sublime y misterioso que se aplican los beneficios de la Redención a cada una de nuestras almas y a las almas del Purgatorio, y esto es admirablemente expresado en el Ofertorio.

La Presencia Real de la Víctima es por tanto necesaria, y ella se opera por el cambio de la substancia del pan y del vino en la substancia del cuerpo y la sangre de Nuestro Señor –transubstanciación–. Se debe entonces adorar la Eucaristía y tener por ella un inmenso respeto: de allí la tradición de reservar su cuidado a los sacerdotes.

La Misa del sacerdote solo, en la que solamente él comulga, es por consiguiente un acto público, sacrificio del mismo valor que todo otro Sacrificio de la Misa, y extremadamente útil al sacerdote y a todas las almas, por lo que la Misa privada es muy recomendada y deseada por la Iglesia.

Son estos principios los que están en el origen de las plegarias, de los cánticos, de los ritos, que han hecho de la Misa latina una verdadera joya cuya piedra preciosa es el Canon. No se puede leer sin emoción lo que de él ha dicho el Concilio de Trento:

 “Puesto que conviene tratar santamente las cosas santas y que este Sacrificio es la más santa de todas, para que él sea ofrecido y recibido digna y respetuosamente, la Iglesia Católica ha instituido desde hace muchos siglos el Santo Canon, tan puro de todo error que no hay nada en él que no respire una santidad y una piedad exterior y que no eleve hacia Dios los espíritus de quienes lo ofrecen. Está efectivamente compuesto de las mismas palabras del Señor, de las tradiciones de los Apóstoles y de las piadosas instrucciones de Santos Pontífices” (sesión XXII, capitulo 4).

Veamos ahora cómo Lutero ha realizado su Reforma –es decir, su misa evangélica, como él mismo la llama– y con qué espíritu. Recurriremos para eso a una obra de León Cristiani que data de 1910, y por lo mismo no es sospechosa de estar influenciada por las reformas actuales.

Esta obra se titula “Del luteranismo al Protestantismo”, y nos interesa por el aporte de citas de Lutero y de sus discípulos a propósito de la Reforma litúrgica. 

Este estudio es muy instructivo, pues Lutero no vacila en manifestar el espíritu liberal que lo anima. “Ante todo –escribe– ruego amistosamente… a todos los que desearan examinar o seguir la presente ordenanza del servicio divino, de no ver en ella una ley apremiante y así no producir ningún remordimiento. Que cada uno la adopte cuando, donde y como le plazca: así lo requiere la libertad cristiana” (pág. 314).

“El Culto se dirigía a Dios como un homenaje, y se dirigirá desde ahora al hombre para consolarlo e iluminarlo. El sacrificio ocupaba el primer lugar, el sermón lo suplantará” (pág. 312).

¿Qué piensa Lutero del sacerdocio? En su obra sobre la misa privada, busca demostrar que el sacerdocio católico es una invención del diablo. Por eso invoca este principio, desde ahora fundamental: “Lo que no está en la Escritura es un añadido de Satanás”.

 “Ahora bien: la Escritura no reconoce el sacerdocio visible; no reconoce más que un sacerdote, más que un Pontífice, uno solo, Cristo. Con Cristo somos todos sacerdotes; el sacerdocio es a la vez único y universal. ¡Qué locura querer acapararlo por algunos…! Toda distinción jerárquica entre los cristianos es digna del Anticristo… Maldición entonces para los pretendidos sacerdotes” (pág. 269).

En 1520 escribe su “Manifiesto a la Nobleza cristiana de Alemania” en el que se ataca a los “Romanistas” y pide un Concilio libre.

“La primera muralla levantada por los Romanistas” es la distinción entre los clérigos y los laicos. “Han descubierto –dice– que el Papa, los obispos, los sacerdotes, los monjes, componen el estado eclesiástico, mientras que los príncipes, los señores, los artesanos, los campesinos, forman el estado secular. Es una pura invención y una mentira. Todos los cristianos son en verdad del estado eclesiástico, no hay entre ellos ninguna diferencia más que la de la función… Si el Papa o un obispo suministra la unción, realiza tonsuras, ordena, consagra, se viste diferente a los laicos, él puede hacer engañadores o ídolos ungidos, pero no puede hacer un cristiano ni un eclesiástico… todo lo que procede del bautismo puede gloriarse de ser consagrado sacerdote, obispo y Papa, aunque no conviene a todos ejercer esa función” (págs. 148-149),

De esta doctrina Lutero saca resueltas contra el hábito eclesiástico y contra el celibato: él mismo y sus discípulos dan el ejemplo, abandonando el celibato y casándose.

¡Cuántos hechos derivados de las Reformas del Vaticano II se parecen a las conclusiones de Lutero!: 

el abandono del hábito religioso y eclesiástico, los numerosos matrimonios admitidos por la Santa Sede, o la ausencia de todo característica distintiva entre el sacerdote y el laico. Ese igualitarismo se manifestará en la atribución de funciones litúrgicas hasta aquí reservadas a los sacerdotes. 

La supresión de las Órdenes menores y del subdiaconado, así como el diaconado de los casados, contribuyen a la imagen puramente administrativa del sacerdote y a la negación del carácter sacerdotal; la ordenación es orientada hacia el servicio de la comunidad y no más hacia el Sacrificio, el único que justifica la concepción católica del sacerdocio.

Los sacerdotes obreros, sindicalistas o buscando un empleo remunerado por el Estado, contribuyen a hacer desaparecer toda distinción: ellos van más allá que Lutero.

El segundo error doctrinal grave de Lutero será la consecuencia del primero, y fundado en su primer principio: es la fe o la confianza lo que salva y no las obras. Esto es la negación del acto sacrificial que es esencialmente la Misa católica.

Para Lutero, la misa puede ser un sacrificio de alabanza, es decir, un acto de alabanza, de acción de gracias, pero no ciertamente un sacrificio expiatorio que renueva y aplica el Sacrificio de la Cruz.

Hablando de las perversiones del culto en los conventos decía: “El elemento principal de su culto, la Misa, superada toda impiedad y toda abominación, ellos lo hacen un sacrificio y una buena obra. No necesitan otro motivo para dejar el hábito, para salir del convento, para romper los votos: éste les bastará ampliamente” (pág. 258).

La misa es una “sinaxis”, una comunión; la Eucaristía está sometida a una triple y lamentable cautividad: se ha sustraído a los laicos el uso del Cáliz, se ha impuesto como un dogma la opinión de la Transubstanciación inventada por los tomistas, se ha hecho de la Misa un sacrificio. 

Lutero aborda aquí un punto capital; sin embargo, no vacila. “Es, pues, un error evidente e impío –escribe– ofrecer o aplicar la misa por los pecados, por los difuntos, en reparación… La misa es ofrecida por Dios al hombre y no por el hombre a Dios…”

En cuanto a la Eucaristía, como ella debe ante todo excitar la fe, deberá ser celebrada en lengua vulgar, a fin de que todos puedan comprender bien la grandeza de la promesa que les es recordada (pág. 176).

Lutero extraerá las consecuencias de esta herejía suprimiendo el Ofertorio, que expresa claramente el fin propiciatorio y expiatorio del sacrificio; suprimirá la mayor parte del Canon; conservará los textos esenciales, pero como narraciones de la Cena. A fin de estar más próximo de lo que se lleva a cabo en la Cena, agregará en la fórmula de consagración del pan “quod pro vobis tradetur”, y suprimirá las palabras “mysterium fidei” y “pro multis”. Considerará como palabras esenciales del relato las que preceden a la consagración del pan y del vino y las frases que siguen.

Considera que la misa es, en primer lugar, la Liturgia de la Palabra, y en segundo lugar una comunión.
No se puede menos que quedar estupefactos al comprobar que la nueva Reforma ha aplicado las mismas modificaciones, y que en verdad los textos modernos, puestos en manos de los fieles, no hablan más de sacrificio sino de la Liturgia de la Palabra, del relato de la Cena y de la partición del pan o de la Eucaristía. 

El artículo VII de la Instrucción que introduce el nuevo rito es representativo de una mentalidad ya protestante, y la corrección efectuada luego no es de ningún modo satisfactoria. 

La supresión del ara, la introducción de la mesa revestida de un solo mantel, el sacerdote vuelto hacia el pueblo, la hostia permaneciendo siempre sobre la patena y no sobre el corporal, la autorización de utilizar pan ordinario, vasos hechos de materiales diversos, aun los menos nobles, y muchos otros detalles contribuyen a inculcar a los asistentes las nociones protestantes, opuestas esencial y gravemente a la doctrina católica. 

Nada es más necesario a la supervivencia de la Iglesia Católica que el Santo Sacrificio de la Misa; colocarlo en la sombra equivale a quebrar los fundamentos de la Iglesia. Toda la vida cristiana, religiosa, sacerdotal está fundada sobre la Cruz, sobre el Santo Sacrificio de la Cruz renovado sobre el altar. Lutero concluye en la negación de la Transubstanciación y la Presencia Real tal como es enseñada por la Iglesia Católica. Para él el pan permanece pan y en consecuencia, como le dice su discípulo Melanctón, que se rebela con dureza contra la adoración del Santo Sacramento: “Cristo ha instituido la Eucaristía como un recuerdo de su Pasión; es una idolatría adorarla” (pág. 262). De allí la comunión en la mano y bajo las dos especies. En efecto, negando la presencia del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor bajo cada una de las dos especies, es natural que la Eucaristía sea considerada como incompleta bajo una sola especie.

Se puede apreciar aquí también la extraña similitud de la Reforma actual con la de Lutero. Todas las nuevas autorizaciones relativas al uso de la Eucaristía van en el sentido de un menor respeto o del olvido de la adoración: comunión en la mano y su distribución por laicos, aun por mujeres; la reducción de las genuflexiones, que han inducido su desaparición por parte de numerosos sacerdotes; el uso de pan ordinario y vasos ordinarios. Todas estas reformas contribuyen a la negación de la Presencia Real tal como ella es enseñada en la Iglesia Católica.

No se puede evitar deducir que estando los principios íntimamente ligados a la práctica, según el adagio lex orandi, lex credendi, el hecho de admitir en la Liturgia de la Misa la Reforma de Lutero conduce infaliblemente a adoptar poco a poco las mismas ideas de Lutero. La experiencia de los seis primeros años desde la publicación del nuevo Ordo lo prueba ampliamente. Las consecuencias de esta manera de obrar supuestamente ecuménica son catastróficas, en primer lugar en el terreno de la Fe, y sobre todo en la corrupción del sacerdocio y el enrarecimiento de las vocaciones; en la unidad de los católicos, divididos en todos los ambientes sobre esta cuestión que los toca tan de cerca; en las relaciones con los protestantes y los ortodoxos.

La concepción de los protestantes sobre este aspecto vital y esencial de la Iglesia: Sacerdocio-Sacrificio-Eucaristía, es totalmente opuesta a la de la Iglesia católica. No por nada ha acaecido el Concilio de Trento y todos los documentos del Magisterio que lo puntualizan desde hace cuatro siglos.

Es psicológica, pastoral y teológicamente imposible para los católicos abandonar una Liturgia que es verdaderamente la expresión y el sostén de su Fe para adoptar nuevos ritos que han sido concebidos por herejes, sin poner su Fe en el mayor peligro. No se puede imitar indefinidamente a los protestantes sin convertirse en uno de ellos. 

¡Cuántos fieles, cuantos jóvenes sacerdotes, cuántos obispos han perdido la Fe desde la adopción de estas reformas!: no se puede contrariar a la naturaleza y a la Fe sin que ellas se venguen.

- Les será provechoso releer el relato de las primeras misas evangélicas y sus consecuencias, para convencerlos de este extraño parentesco entre las dos Reformas.

“En la noche del 24 al 25 de diciembre de 1521, la muchedumbre invadió la Iglesia parroquial… La <> iba a comenzar. Karlstadt sube al púlpito y predica sobre la Eucaristía, presenta la comunión bajo las dos especies como obligatoria, la confesión previa como inútil. La fe solo basta. Karlstadt se presenta en el altar en hábito secular, recita el Confiteor, comienza la misa como de ordinario hasta el Evangelio. El Ofertorio, la Elevación, en resumen, todo lo que recuerda la idea de sacrificio es suprimido. Después de la consagración viene la comunión: entre los asistentes muchos no están confesados, muchos han bebido y comido y aun tomado aguardiente, pero se aproximan como los otros. Karlstadt distribuye las hostias y presenta el cáliz; los comulgantes toman el pan consagrado con la mano y beben a su antojo. Una de las hostias escapa y cae sobre el vestido de un asistente: un sacerdote la levanta. Otra cae a tierra: Karlstadt manda a los laicos recogerla, y como ellos rehusan por un gesto de respeto o de superstición, se contenta con decir <>>.

“El mismo día un sacerdote de los alrededores da la comunión bajo las dos especies a una cincuentena de personas, de las cuales sólo cinco se habían confesado, el resto habían recibido la absolución en conjunto y como penitencia simplemente se les había recomendado no recaer en el pecado. Al día siguiente Karlstadt celebra sus esponsales con Ana de Mochau. Muchos sacerdotes imitaron este ejemplo y se casaron.

“Durante este tiempo Zwilling, escapado de su convento, predicaba en Eilenbourg; había dejado el hábito monástico y llevaba barba; vestido de civil, tronaba contra la misa privada. En Año Nuevo distribuye la comunión bajo las dos especies, las hostias son distribuidas de mano en mano; muchos miran en sus bolsillos y se las guardan. Una mujer, al consumir la hostia, hace caer algunos fragmentos por tierra: nadie tiene cuidado. Los fieles toman ellos mismos el cáliz y beben a grandes tragos.

“El 29 de febrero de 1522 se casa con Catalina Falki. Hubo entonces una verdadera epidemia de matrimonios de sacerdotes y monjes. Los monasterios comienzan a vaciarse. Los monjes que permanecen en los conventos desmantelaron los altares con excepción de uno sólo, quemaron las imágenes de los Santos y aun el óleo de los enfermos.
“La mayor anarquía reinaba entre los sacerdotes: cada no decía ahora la misa a su antojo. El consejo, desbordado, resolvió fijar una nueva liturgia destinada a restablecer el orden consagrando las reformas.

“Se regula la manera de decir la misa: el Introito, el Gloria, la Epístola, el Evangelio y el Sanctus fueron conservados; seguía una predicación. El Ofertorio y el Canon fueron suprimidos, el sacerdote simplemente recitaría la institución de la Cena, diría en alta voz y en alemán las Palabras de la Consagración, y daría la comunión bajo las dos especies. El canto del Agnus Dei, de la comunión y del Benedicamus Dominus terminaba el servicio” (págs. 281-285).

Lutero se preocupa por crear nuevos cánticos, busca poetas y los encuentra no sin trabajo; las fiestas de los santos desaparecen. Administra los cambios, conservando lo más posible las antiguas ceremonias, limitándose a cambiarles el sentido. La misa mantiene en gran medida su aparato exterior: el pueblo encuentra en las iglesias el mismo decorado, los mismos ritos, con retoques hechos para su gusto porque en lo sucesivo se dirige a él mucho más que antes, tiene mayor conciencia al considerar algo dentro del culto, hace intervenir más activamente el canto y la plegaria en alta voz. Poco a poco, el latín deja su lugar definitivamente al alemán.

“La consagración será cantada en alemán, y está concebida en estos términos: <>” (pág. 317).

De este modo se encuentran añadidas las palabras “quod pro bobis tradetur” – “que es entregado por vosotros” –, y suprimidas “Mysterium fidei” y “pro multis” en la consagración del vino.

Estos relatos relativos de la misa evangélica ¿no expresan la impresión que tenemos de la Liturgia reformada desde el Concilio Vaticano II? 

Todos estos cambios en el nuevo rito son verdaderamente peligrosos, porque poco a poco–sobre todo los jóvenes sacerdotes que no tienen más la comprensión del Sacrificio, de la Presencia Real, de la Transubstanciación, y para quienes todo esto no significa más nada– estos jóvenes sacerdotes pierden la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y no dicen más Misas válidas.

Es cierto que los sacerdotes de más edad cuando celebran según el nuevo rito tienen aun la Fe de siempre: han dicho Misa durante tantos años, conservan las mismas intenciones, puede creerse que su Misa es válida. Pero en la medida en que esas intenciones se van, desaparecen, en esa medida las misas no serán más validas. 

Han querido aproximarse a los protestantes, pero son los católicos los que se han convertido en protestantes, y no los protestantes en católicos. 

Esto es evidente.

Cuando cinco cardenales y quince Obispos han ido al “Concilio de los jóvenes” en Taizé, ¿cómo pueden esos jóvenes saber qué es el catolicismo, qué es el protestantismo? Algunos han recibido la Comunión de los protestantes, otros de los católicos.

Cuando el Cardenal Willbrands ha ido a Ginebra , al Consejo ecuménico de las Iglesias, ha declarado: “DEBEMOS REHABILITAR A LUTERO”. ¡Y lo ha dicho como enviado de la Santa Sede!

Examinen la Confesión: ¿en qué se ha convertido el Sacramento de la Penitencia con esta absolución colectiva? Es una manera pastoral de decir a los fieles: “Os hemos dado la absolución colectiva, podéis comulgar, y cuando tengáis ocasión–si tenéis pecados graves–os iréis a confesar en el curso de los próximos seis meses, o de un año…” ¿Quién puede decir que esta manera de proceder es pastoral? ¿Qué idea puede uno hacerse del pecado grave?

El Sacramento de la Confirmación está asimismo en una situación idéntica. Una fórmula hoy habitual es la siguiente: “YO TE SIGNO CON LA CRUZ Y RECIBE EL ESPÍRITU SANTO”. Debían precisar que es por la gracia especial del Sacramento por la que se confiere el Espíritu Santo. Si no se dicen estas palabras: “EGO TE CONFIRMO IN NOMINE PATRIS…” ¡No hay Sacramento! Lo he dicho también a los Cardenales, porque ellos me han manifestado: “¡Usted da la Confirmación a quienes no tiene el derecho de hacerlo!” “Yo lo hago porque los fieles tienen miedo de que sus niños no tengan la Gracia de la Confirmación, porque ellos tienen dudas sobre la validez del Sacramento que es conferido ahora en las iglesias. Entonces, para tener al menos esta seguridad de recibir verdaderamente la gracia se me pide dar la Confirmación, y yo lo hago porque me parece que no puedo rehusarme a quienes me piden la Confirmación válida, aun si ésta no es lícita. Porque estamos en un tiempo en el que el derecho divino natural y sobrenatural prevalece sobre el derecho positivo eclesiástico cuando éste se le opone en lugar de serle el canal”.

Estamos en una crisis extraordinaria, no podemos seguir estas reformas. ¿Dónde están los buenos frutos de estas reformas? ¡Realmente me lo pregunto!

La reforma litúrgica,
la reforma de los Seminarios,
la reforma de las congregaciones religiosas.

¡Todos esos capítulos generales! ¿Adónde han situado ahora a esas pobres congregaciones? ¡Todo se pierde…! ¡No hay más novicios, no hay más vocaciones…!

El Cardenal-Arzobispo de Cincinatti lo ha reconocido igualmente ante el Sínodo de los Obispos, en Roma:

“En nuestros países–él representa a todos los países anglófonos– no hay más vocaciones porque ellos no saben qué es el sacerdote”. Debemos entonces permanecer en la Tradición, solo la Tradición nos da realmente la Gracia, nos da verdaderamente la continuidad en la Iglesia: si abandonamos la Tradición, contribuimos a la demolición de la Iglesia.

Les he dicho también a esos Cardenales: “¿No habéis visto en el Concilio que el Esquema sobre la libertad religiosa es un Esquema contradictorio? Se dice en la primera parte del Esquema: <> y en el interior del Esquema todo es contrario a la Tradición; es contrario a lo que han dicho Gregorio XVI, Pio IX y León XIII”.

Entonces, ¡es necesario elegir! O estamos de acuerdo con la libertad religiosa del Concilio y, por lo tanto, nos oponemos a lo que han dicho esos Papas; o bien estamos de acuerdo con esos Papas y entonces no estamos de acuerdo con lo dicho en el Esquema sobre la libertad religiosa. Es imposible estar de acuerdo con los dos. Y agregué: “Yo elijo la Tradición, estoy por la Tradición y no por esas novedades que son el liberalismo, ni más ni menos que el liberalismo, que fue condenado por todos los Pontífices durante un siglo y medio. Ese liberalismo ha entrado en la Iglesia a través del Concilio: la libertad, la igualdad y la fraternidad”.

La libertad: la libertad religiosa; la fraternidad: el ecumenismo; la igualdad: la colegialidad. Y esos son los tres principios del liberalismo, que ha surgido de los filósofos del siglo XVIII y desembocado en la Revolución francesa.

Y ésas son las ideas que han entrado en el Concilio mediante palabras equívocas, y que ahora nos llevan a la ruinala ruina de la Iglesia– porque esas ideas están absolutamente contra la naturaleza y contra la Fe: no hay igualdad entre nosotros, no hay verdadera igualdad; el Papa León XIII lo ha expresado muy bien, claramente, en su encíclica sobre la libertad.

¡Luego, la fraternidad! Si no hay un padre, ¿dónde encontraríamos la fraternidad? Si no hay Padre, no hay Dios, ¿cómo seremos hermanos? ¿Cómo podemos ser hermanos sin un padre común? ¡Imposible! ¿Debemos abrazar a todos los enemigos de la Iglesia: los comunistas, los budistas y todos los que están contra la Iglesia? ¿A los masones?

Y este decreto de hace una semana, que dice que ahora no hay más excomunión para un católico que ingresa a la masonería; ¿ella, la que destruido a Portugal? ¿Qué estaba en Chile con Allende? ¿Y ahora en Vietnam del Sur? Es necesario destruir los Estados católicos: Austria –durante la Primera Guerra Mundial– Hungría; Polonia… ¡Los masones desean la destrucción de los países católicos! ¿Qué será dentro de un año de España, de Italia…? ¿Por qué la Iglesia le abre los brazos a todos esos individuos que son sus enemigos?

¡Ah! Cuánto debemos rezar, rogar. Asistimos a un asalto del demonio contra la Iglesia como jamás se ha visto. Debemos suplicar a Nuestra Señora, la Bienaventurada Virgen María, que venga en nuestra ayuda, pues realmente no sabemos cómo será el mañana. ¡Es imposible que Dios admita todas esas blasfemias, esos sacrilegios, dirigidos a Su Gloria, a Su Majestad! Pensemos en las leyes sobre el aborto, que vemos en tantos países, en el divorcio en Italia, toda esta ruina de la ley moral, esta ruina de la verdad. ¡Es difícil de creer que todo esto pueda hacerse sin que día Dios hable!... ¡y sancione al mundo con terribles castigos!

Es por eso que debemos pedir a Dios misericordia, para nosotros y para nuestros hermanos, pero nosotros debemos luchar, combatir. Combatir por conservar la Tradición, y no tener miedo. Conservar, sobre todo, el rito de nuestra Santa Misa, porque ella es el fundamento de la Iglesia y de la civilización cristiana: si en la Iglesia no hay más una verdadera Misa, la Iglesia desaparecerá. Debemos entonces conservar ese rito, ese Sacrificio. Todas nuestras iglesias han sido construidas para esta Misa, no para otra; para el Sacrificio de la Misa, no para una Cena, para una Comida, para un Memorial, para una Comunión. ¡No! ¡Para el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo que se perpetúa sobre nuestros altares! Es para esto que nuestros padres han construido esas bellas iglesias, ¡no para una Cena, no para un Memorial, no!
Cuento con vuestras oraciones para mis seminaristas, para hacer de mis seminaristas verdaderos sacerdotes, que tengan la Fe y que así puedan dispensar los verdaderos Sacramentos y el verdadero Sacrificio de la Misa.
¡Muchas Gracias!

Tomado de “Un Obispo Habla” Capítulo II (págs.171a180) – Ediciones Río Reconquista-


Marco Antonio Guzmán Neyra | Facebook


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