VÁZQUEZ DE MELLA
DISCURSOS PARLAMENTARIOS
VOL. VII
“LOS PLANES DE LA BANCA JUDÍA SOBRE ESPAÑA”
(Intervención de Mella en el Congreso de los Diputados de 19 de Agosto de 1896 sobre cuestiones de Hacienda y presupuestos.)
“¿Cómo no se han meditado, por los políticos españoles que ocupan el banco azul, los peligros e inconvenientes de entregarnos en manos de la Banca judía?.
Recordad lo que ha sucedido en Hungría. En Hungría estaba prohibido a los judíos adquirir propiedad territorial. En 1862 se consiguió, por arte de esa Banca, que se les autorizase para ello, y resultó que, al cabo de pocos años, en la poderosa y rica Bohemia, sesenta de las casas más ilustres habían dejado en las garras de los judíos toda su fortuna; y ésta es la hora en que la cuarta parte de la propiedad de Bohemia está en poder de los Rothschild, como también están en poder de los judíos las cuatro quintas partes de la provincia de Padua en Italia.
Un día Hungría quiso hacer un empréstito con esa casa poderosa; y, desde el momento en que se dejó penetrar a los Rothschild en la Hacienda de esta nación, se arruinó, en términos que tiene hoy una de las deudas más enormes de Europa. Parece que hay algunos que se sonríen, sin duda porque yo combato a los judíos.
El que quiera conocer los propósitos y la conducta de la Banca judía, el que quiera saber el programa judaico que desarrollaba un ilustre rabino, !ilustre dentro de la sinagoga, por supuesto! , no tiene más que leer un libro inglés de John Readelif, donde está inserto íntegramente. Notabilísimo trabajo que, por su franqueza y claridad, han llegado a llamar varios publicistas “el programa judaico”.
Son dignos de meditarse algunos párrafos de ese documento ; porque, después de ensalzar el rabino a que me refiero la raza judaica, y de decir que la Providencia le ha dotado de “la astucia del zorro, la memoria del perro, el instinto de asociación de los castores y la frialdad de la serpiente”, añade que para esa raza ha sonado la hora de que se cumpla la profecía de Abraham, y llegue así a dominar el mundo entero ; y expone y desarrolla el plan financiero que debe seguir para ejercer la dominación y el monopolio de los Estados. Y dice, entre otras cosas, lo siguiente, que suplico al Sr. Ministro de Hacienda que medite:
“Hoy, todos los emperadores, reyes y príncipes reinantes “están cargados de deudas”, contraídas para sostener ejércitos numerosos y permanentes que apoyen sus tronos vacilantes. La “Bolsa cotiza y regula esas deudas, y somos en gran parte dueños de la Bolsa” en casi todas las plazas. Es menester, pues, que nos empeñemos en facilitar más y más “los empréstitos” para convertirnos en “árbitros de todos los valores”, y, en cuanto fuere posible, “tomar en cambio”, por los capitales que suministramos a las naciones, “la explotación de sus vías férreas, de sus minas, de sus selvas, de sus grandes fábricas, como también otros inmuebles, y aún la administración de los impuestos”.
Parece imposible que tan fácilmente hayamos olvidado el cuadro que se ofreció a los ojos de Europa al hundirse el gran imperio napoleónico. El día terrible en que en los campos de Waterloo era derrotado Napoleón, se hallaba allí el fundador de la dinastía de los Rothschild acechando el momento en que Napoleón cayera vencido por Inglaterra, y con Napoleón se derrumbara aquel imperio que parecía superior al de Ciro y al de Alejandro.
Allí, en aquel campo de muerte, había un hombre atento al resultado de la batalla, no para tomar parte en la tristeza de la derrota o en la alegría de la victoria, sino para marchar precipitadamente a la costa en caballos preparados, para saltar al barco que le esperaba, dirigirse a Inglaterra, llegar a la Bolsa de Londres y jugar a juego visto, utilizando la desgracia para multiplicar su fortuna en aquella cotización que hizo a Nathan Mayer el primero de los Rothschild británicos.
Acordáos, si queréis, de cómo acabó “la casa Baring”; de cómo trató Rothschild de poner asechanzas a nuestro crédito para conseguir que quebrase el Banco de España, como había hecho quebrar al de “La Unión” de París. Y observad que al lado de la casa Rothschild, y protegida por ella y en relación bancaria íntima, está una casa de Londres que se llama la “casa Morgan”; y que esa casa Morgan está unida con otra casa Morgan establecida en Nueva York, donde se hallan aquellos senadores que también se apellidan así, y que nos han insultado y escarnecido en el Parlamento de los Estados Unidos.
Recordad que unidos a esos Morgan están todos los agentes que cubren los empréstitos filibusteros, y ved cómo esos agentes se unen al Morgan senador, y el Morgan senador a la Banca judía Morgan de Nueva York, que está en relación con la Banca judía Morgan de Londres, y éstas a las órdenes de Rothschild.
Este es el encadenamiento con el cual puede suceder que todavía esos judíos alarguen una mano al Ministro de Hacienda y otra al Estado español, y traten de sacarnos los últimos restos de la fortuna nacional, al mismo tiempo de redondean el negocio y dan muestras de lo que ha hecho en la Historia esa Banca judía fomentando, por medio de la Morgan de los Estados Unidos, la insurrección de Cuba, y abrumados nosotros por el infortunio, concluyamos teniendo allí como factor de la guerra, a la sucursal de Rothschil, y teniendo aquí como factor también de nuestra ruina a la casa Rothschild.
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A un miembro de la mayoría gubernamental, el Sr. Burell le dice Mella en esta misma sesión: “Su Señoría se ha querido introducir en el campo del carlismo y presentarme a mí como un heterodoxo. !Yo heterodoxo, Sr. Burell!
Su Señoría podrá ser heterodoxo con relación a los fusionistas, como lo ha sido antes con relación a los conservadores, pero yo no me he mudado de sitio, y por eso no soy heterodoxo. Un gran heterodoxo sería yo el día en que me separase de la Iglesia, y, con la gracia de Dios, no me separaré de ella mientras aliente, como seré hasta la muerte fiel a la Monarquía que ampara y defiende sus derechos”.
Un poco antes, Mella se había dirigido al Sr. Burell en estos términos :
Su Señoría nos habla de la civilización cristiana. Este programa judaico, que tanto enseña, dice, entre otras cosas, lo que voy a leer a Su Señoría:
“El oro es el poder más grande de la tierra; el oro es la fuerza”, la recompensa, el instrumento de todo goce, todo lo que el hombre teme y codicia; he aquí el gran misterio, la profunda ciencia del espíritu que rige al mundo. !He aquí lo por venir! Dieciocho siglos han pertenecido a nuestros enemigos; pero el siglo actual y los siglos futuros nos deben pertenecer a nosotros, !pueblo de Israel!, y nos pertenecerá seguramente”.
Si Su Señoría busca en la literatura del pueblo de Israel, a contar desde el Talmud, palabras semejantes, blasfemias tremendas y horribles contra la civilización cristiana, allí encontrará S. S. cuantas quiera. Esa raza lleva dentro del pecho, como una especie de tabernáculo sacrílego, un odio inextinguible contra todo el régimen cristiano.
Ese odio se ha traducido en las leyes y se ha llevado muchas veces a las instituciones informadas por el liberalismo. Hoy, los grandes librepensadores modernos tienen como directores en muchos puntos a esa raza judaica. Y S. S. debe saber que esa civilización cristiana, de la que habla como si fuese sinónima de la civilización contemporánea, fue negada primero por la Protesta luterana, que se levantó un día a negar, con soberbia satánica, todo lo que había afirmado la sociedad cristiana.
¿No sabe Su Señoría que esa Protesta filosófica engendró una Protesta política que tuvo por fórmula el “Contrato Social” de Rousseau, y por hecho la “Revolución francesa”, y que esa Protesta política, esa Protesta Filosófica y la Protesta religiosa van ahora a concentrarse, por el orden dialéctico de las negaciones, en una tremenda “Protesta civil”?.
Pues entonces, ¿cómo pretende S.S. hablar en nombre de la civilización cristiana? Pues qué, ¿no está la civilización cristiana negada precisamente en las leyes, en los principios y en las instituciones modernas? ¿Qué significación tiene, si no, todo ese derecho moderno del que S. S. nos hablaba? ¿No radica y se funda todo él en la “autonomía de la razón individual”.
¿Y qué significa esa autonomía sino el derecho de dirigirse a sí misma con entera independencia, y por lo tanto, el de manifestar todas las ideas, sino extendiendo esas manifestaciones emancipadas de un orden religioso y moral preestablecido, y por lo tanto, libérrimas, sin obstáculos ni limitación?
¿Y cómo se puede afirmar ese supuesto derecho en el hombre, de creer y sostener lo que mejor le parezca, sin negar a Dios el derecho absoluto a “imponer deberes religiosos” a la voluntad humana, y “revelar verdades” superiores a la órbita finita de la razón?
Créame, Sr. Burell : Una vez negado el orden cristiano, no hay más remedio que ir al desorden racionalista, y de allí derechamente al monismo panteísta. Ya ve Su Señoría cómo no se puede hacer a un tiempo la apología de todos esos principios en que descansa el derecho de los tiempos modernos, y la de la civilización cristiana, sin incurrir en las más elementales contradicciones.
Fuente : Foro Católico.
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